Un viaje de película

Ana Moreiras REDACCIÓN DIGITAL

CULTURA

Christophe Simon

La ruta de «El Código Da Vinci» atrae a miles de turistas de todo el mundo El Código Da Vinci es una excelente oportunidad para conocer más sobre algunas de las localizaciones históricas de Francia, Italia y Reino Unido, que en la novela son claves para descubrir el misterio.

19 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

Hay viajeros, auténticos aventureros embriagados por un espíritu romántico, que desean recorrer los mundos, parajes, territorios que recrea la imaginación literaria. Tratan de reproducir los textos para disfrutar, siempre en un tiempo diferente, de las calles y avenidas, los ríos y puentes, edificios y salas, en los que con tanta pasión los ha ido introduciendo el autor. Mucho antes de que Tom Hanks se metiera en la piel Robert Langdon, en la versión cinematográfica de El Código Da Vinci, miles de turistas de todos los puntos del planeta habían convertido en su destino turístico la decena de escenarios en los que está ambientada la novela de Dan Brown. Érase una vez... París La aventura, para el protagonista del libro, pero también para el viajero, comienza en París, en el famoso hotel Ritz. Inaugurado en 1898, se podría decir que el edificio y sus estancias son la encarnación del refinamiento y la perfección. En sus camas han dormido reyes y príncipes, aristócratas europeos, cargos políticos y personajes cargados de glamur como Rodolfo Valentino, Coco Chanel, Ernest Hemingway o el mismísimo Charles Chaplin, entre muchos otros. Aquellos que no estén en disposición de pagar los más de 600 euros que cuesta la habitación más humilde (dentro de la línea de sofisticación del hotel, claro está), pueden hacerse una idea visitando el edificio, en el que destacan sus mármoles de Carrara, los exquisitos tapices, las molduras doradas o la grifería bañada en oro. Escenario de un crimen Pronto aparece el primer muerto, como en toda trama que se precie. El escenario, la Gran Galería del Museo del Louvre, en donde se encuentran al conservador Jacques Saunière, víctima de una mano anónima. De las paredes de este magnífico museo, penden obras de Rafael, Caravaggio, Guido Reni...y por supuesto, de Leonardo Da Vinci. Según las autoridades del Louvre, La Mona Lisa, durante el año de filmación de la película recibió 10 millones de visitas, superando en 100 mil su promedio anual. Robert Langdon se cita con el investigador francés a las puertas del Louvre, al que se accede por La Pyramide. Ésta es una nueva entrada construída por el arquitecto chino-americano Leoh Min Pei, levantada a partir de un conjunto de 739 rombos y triángulos de vidrio. Gran avenida Siguiendo la narración al pie de la letra, el siguiente destino son los Campos Elíseos, a los que Langdon, acompañado ya por la otra protagonista de la historia, la bella criptóloga francesa, Sophie Neveu, accede a través de la Rue de Rivoli. Por algo es la avenida más elegante de París: los cafés con mesitas al aire libre, los hoteles, las salas de espectáculo más famosas del mundo. Últimos pasos en tierras galas El trayecto se detiene en esta ocasión en la Iglesia de Saint Sulpice, a la que el aventurero llega de la mano de un nuevo personaje: Silas, el monje albino. El interior de esta iglesia, cuya fachada del siglo XVII no ha sido terminada, ofrece dos extraordinarios frescos de Delacroix. En la novela, Dawn Brown hace referencia a un enorme órgano que está situado en una capilla posterior. Los más detallistas observarán en el centro de la nave, una de las puntas de la Línea Rosa, la marca original de la Longitud-cero que atravesaba la capital parisina antes de que este hito fuera mudado al Meridiano 0, en Greenwich, Inglaterra.