Emma Stone refulge en el musical de corazonadas

José Luis Losa VENECIA / E. LA VOZ

CULTURA

TIZIANA FABI | AFP

Cuento por descalabros económicos cada una de las veces que Hollywood ha tratado de retomar las fuentes del musical clásico en las últimas décadas

01 sep 2016 . Actualizado a las 05:00 h.

Cuento por descalabros económicos cada una de las veces que Hollywood ha tratado de retomar las fuentes del musical clásico en las últimas décadas. Bogdanovich, con Un largo y definitivo amor, y Coppola, con Corazonada, cavaron sus tumbas por amor a Cole Porter o a un aterciopelado Tom Waits.

Damien Chazelle, nuevo golden boy de la industria tras los Óscar y aclamaciones a Whiplash (película que detesto, ideológicamente radiactiva), ha aprovechado de su momento de poder para atreverse a poner en pie uno de estos artefactos coreográficos caros y casi siempre letales para su creador. Pero a La La Land, el filme que inauguró ayer esta 73.ª Mostra, no tiene pinta de que vaya a irle nada mal en la taquilla. El musical es brillante, a ratos esplendoroso. Y su historia de amor entre una soberbia, mayestática Emma Stone y un Ryan Gosling que hace lo que puede a su sombra, tiene vetas de Desayuno con diamantes y rinde tributo al planetario Griffith de Rebelde sin causa. Su primera parte posee una belleza formal y un empaque que reaviva el género. Luego cae Chazelle en el error de bajar voluntariamente el pistón, deja pasar media hora sin un solo número musical y la cinta se resiente de esa poco lógica estructura y se precipita en un socavón. Aún a tiempo, retorna el brío en el bucle final de ese romance de dos artistas frustrados que sueñan con el jazz, el teatro y comer juntos perdices. Y la pantalla vuelve a proyectar pálpitos de buena cosecha vintage, a transpirar esa inspiración de su arranque que no es visceral sino muy calculada. Pero no por ello carece de capacidad de pegada. Y destila una emotividad que es posible que logre el milagro de reconectar al público nuevo con las esencias del musical clásico. A ello no será ajena, sino en gran parte médium refulgente, Emma Stone, uno de los magnetismos con mayor potencial para desarbolar resistencias que posee el cine presente. Cada uno de sus planos desafía al kitsch, al romanticismo obvio, al esteticismo retro, y los retorna como minerales preciosos. Seguro que va rumbo al Óscar y que La La Land, con sus desniveles, no entierra al ambicioso Chazelle.

Kim Ki-duk es uno de esos casos de cineasta de prestigio desplomado. The Net incursiona en el último reducto de la guerra fría, a partir del kafkiano caso de un pescador de Corea del Norte cuya barca deriva hacia la frontera enemiga. Y a él lo condena a llevar, de ambos lados, más palos que la bruja del tren Popoff. Como cine político es antiguo, carece del vitriolo de un Berlanga o un Gutiérrez Alea. Pero, qué les voy a contar, hablamos del cadáver artístico andante Kim Ki-duk.