Los expresionistas abstractos regresan a España como clásicos de la historia del arte

Xesús Fraga
Xesús Fraga BILBAO / ENVIADO ESPECIAL

CULTURA

El Guggenheim reúne en Bilbao 130 obras singulares de los principales creadores del influyente fenómeno

03 feb 2017 . Actualizado a las 08:45 h.

A mediados de los años 50 Barcelona y Madrid acogieron sendas exposiciones de arte contemporáneo norteamericano, donde se pudieron ver obras de Jackson Pollock, Willem de Kooning o Clyfford Still. Aunque las muestras formaban parte de la política exterior estadounidense, que buscaba extender su hegemonía también al ámbito cultural -operación en la que contaba con el apoyo encubierto de la CIA-, no dejaba de tratarse del retrato de un fenómeno artístico en su momento de mayor apogeo. El público respondió -asistieron 60.000 personas en Barcelona- y los artistas españoles tuvieron su primer contacto directo con una de las corrientes de mayor influencia del período de posguerra.

Aquellos pintores regresan ahora a España en la primera gran exposición dedicada al expresionismo abstracto desde aquellas muestras pioneras. Si entonces artistas y público eran coetáneos, ahora los primeros han consolidado su preeminencia en el canon del siglo XX; para los segundos, se han convertido en clásicos. Es imposible sustraerse a la influencia que han ejercido desde entonces y ese bagaje -también académico e investigador- se filtra en el discurso de Expresionismo abstracto, la muestra organizada por la londinense Royal Academy of Arts en colaboración con el Guggenheim de Bilbao, que desde hoy acoge las 130 obras singulares de este fenómeno, gracias al patrocinio de la Fundación BBVA.

El estatus que han adquirido en estos sesenta años Pollock, Rothko o De Kooning se tradujo en una considerable "presión por hacerlo bien", en palabras de Edith Devaney, comisaria de la muestra junto a Lucía Agirre; ambas buscaron la colaboración y respaldo de la principal autoridad académica en el expresionismo abstracto, David Anfam. Su objetivo, mostrar los «diferentes lenguajes» de 33 creadores que, como subraya Agirre, compartían galerías o locales, pero que no se consideraban tan cohesionados como para bautizar un movimiento artístico; de ahí que las comisarias prefieran hablar de fenómeno a partir de la etiqueta expresionismo abstracto que acuñó en 1946 el crítico Robert Coates.

El recorrido de la muestra se abre con las obras tempranas de los expresionistas, donde es perceptible la huella de la guerra concluida en 1945 -los rayones que Norman Lewis en Metropolitan Crowd hace emerger de la negrura, la misma en la que asoman los ojos primitivos de Mascarada, de Adolph Gottlieb- pero también el interés de Rothko (Interior) o Philip Guston (El porche) por el Renacimiento. La apertura del MoMA también expuso a estos creadores a la influencia determinante de artistas como Picasso o Kandinsky.

Los tres nombres más célebres centran otras tantas salas. En De Kooning, indica Devaney, se percibe su sólida formación clásica, pero también sus hallazgos -«el óleo se hizo para pintar la carne»- y la atracción por la figura femenina, que celebraba como un icono. La serie de cuadros de Rothko evoca el efecto musical que el artista perseguía evocar en el espectador, geometrías de bordes difusos que extraen el uno en el otro el ritmo que imprime su sucesión. En cambio, en Pollock ese mismo ritmo arranca en el corazón de la tela para acabar desbordándola, emitiendo ondulaciones como un solo de saxo de free jazz. La exposición ha traído el célebre e inmenso mural que Peggy Guggenheim le encargó para su apartamento neoyorquino. Devaney citó la anécdota que relata cómo Duchamp convenció a la mecenas de que la obra era demasiado larga y que él mismo ayudó a cortarla, pero un examen del lienzo «no ha revelado indicios de que aquello ocurriera de verdad». Junto al mural, un epítome del action painting, su Number 4; ambos dialogan con otras piezas, como el homenaje de Lee Krasner a Pollock, su pareja, con motivo de su muerte, además de obras de Robert Motherwell.

Completan la muestra, abierta hasta el 4 de junio, cuadros de otros nombres relevantes del expresionismo abstracto como Kline, Newman o Reinhardt. Mención aparte merece Clyfford Still, quien a su muerte donó su obra a la ciudad que le dedicase un museo: fue Denver. En su testamento mandó que nunca se prestasen sus piezas, deseo que las negociaciones para esta muestra consiguieron modificar y así incorporar nueve lienzos que plasman su visión del color y la verticalidad, que por turnos evoca desde la corteza de un árbol a una tormenta o un incendio.

Y aunque el expresionismo abstracto se asoció principalmente a la pintura, los cuadros de la exposición conviven con las esculturas de David Smith, que se mueven entre la relectura de la figura humana y la arquitectura, y una sala dedicada a la experimentación de fotógrafos como Barbara Morgan o Gjon Mili, retratistas de la abstracción a través de la luz y su reverso, la oscuridad.