Santiago Alba: «La única libertad que te permiten las redes sociales es desconectarte de ellas»

Pacho Rodríguez MADRID

CULTURA

M. Moralejo

«La publicidad nos obliga a ser de una forma en la que el cuerpo es una carga molesta y pesada», advierte

13 mar 2017 . Actualizado a las 11:46 h.

Ser un referente del pensamiento de izquierdas no le quita a Santiago Alba Rico (Madrid, 1960) un ápice de interés general porque no acota sus ideas. Su discurso espontáneo se entiende también desde la sencillez. Eso sí, si pasea por Malasaña, por ejemplo, le saludan por la calle. Su Ser o no ser (un cuerpo) -editado por Seix Barral- es su último libro. En él, como filósofo, se introduce en la vida del individuo y su rol social. Todos huimos de nuestros cuerpos. Sobre esa base, despliega Alba un relato en el que el contexto actual, dominado por el capitalismo, conecta con la condición humana de todos los tiempos. Y sí, se entiende al final que huimos. Sobre todo, porque se concluye que no se sabe a dónde vamos. Como siempre. Con Leer con niños, entre otras reconocidas obras, logró que la filosofía actual fuera valorada como algo útil para todas las capas de la sociedad. Tal vez, haber sido guionista del espacio de televisión La bola de cristal fue un inicio que lo conectará siempre con lo popular.

-Su trayectoria parece dotada del acierto de estar en momentos clave o en temas candentes.

-Sí, es verdad. Podría decirse que he tenido la suerte de haber estado en momentos clave. La bola de cristal, las revoluciones árabes... Se mezcla el haber participado en trabajos interesantes con la idea de que cuando uno escribe quiere llegar al mayor número de gente. Es una forma de convencerse de que el trabajo realizado merece la pena.

-Pero, ¿lograr unas ventas tan buenas con «Leer con niños» además superó sus expectativas?

-No nació de una ambición. Aunque sí que es el libro con el que me siento más vinculado emocionalmente. Coincidieron cosas como el trabajo del editor de Caballo de Troya. Pero no hubo márketing sino el boca a boca de la gente, que lo entendió desde lugares que ni yo mismo veía.

-Y, ahora, en «Ser o no ser (un cuerpo)» entabla casi un debate entre el cuerpo y la imagen. Entre lo que somos y lo que no queremos ser, casi...

-Una de las razones por las que existe el cuerpo es porque huye de sí mismo. El primer vector es el lingüístico. El cuerpo tiene una larguísima duración. No ha cambiado en 40.000 años. Es el mismo que andaba en cuclillas y que ahora viaja en el AVE.

-Y si esa fuga es inherente al propio cuerpo, ¿para qué sirve? ¿Por qué no ha acabado con él?

-Porque esa fuga del cuerpo lo mismo que genera angustia antropológica, genera cultura. Los que cambian son los contextos. Esa fuga transforma al ser humano, al que cada vez le resulta más difícil aceptar las recaídas. Esa dinámica, esa tensión, es lo que hemos llamado cultura. Pero lo que pasa ahora es que esa tensión ha quedado rota por la no admisión de esas recaídas. Porque se trata de escondernos de lo que somos. La publicidad nos obliga a ser de una forma en la que el cuerpo es una carga molesta y pesada. Llega un momento en que nos sentimos culpables de tener cuerpo.

-Y esas gentes que tanto culto le hacen a sus cuerpos, aunque les llamemos superficiales, son los que están encantados de conocerse. ¿Son ellos los que aciertan?

-Es que eso no es culto al cuerpo sino a la imagen. Y la imagen no tiene nada que ver con el cuerpo, porque nuestro cuerpo solo lo ven nuestros cercanos, o unos pocos amigos. En cambio, en Internet, en las redes sociales y demás, lo que ponemos a la vista es nuestra imagen. Esa gente trabaja más sobre sus imágenes que sobre nuestro cuerpo. En estos años de crisis, de hecho, ha crecido el gasto en gimnasios, dietética y operaciones. A ello se incluye que más que culto al cuerpo es también el producto de la necesidad de estar en el mercado laboral.

-¿Sería lo de querer parecerse a lo que uno no es?

-Sí, el antivampiro. El vampiro solo tiene cuerpo. No tiene imagen, no se refleja en el espejo. Si gana la imagen en esa huida sería como una sala de espejos llenos de imágenes pero que enfrente no tendrían ningún cuerpo.

-Usted también huirá de su cuerpo, como todos, ¿no?

-Huyo de mi cuerpo, sin fin y sin éxito. Pero al final, conviene, porque también, tarde o temprano, nos recuerda que somos frágiles.

-Si le digo que pongamos fin a esa huida del cuerpo, a la dependencia de la imagen, a las redes sociales... ¿Sería posible? ¿Sería ese el último acto de libertad?

-No es fácil huir, sería una alternativa ascética. Hay que aceptar esos formatos tecnológicos y manejarlos desde dentro. La única libertad que te permiten las redes sociales es desconectarte de ellas. En el resto estás atrapado.

-Alguien dice: Facebook no es la vida. Y alguien le contesta: No lo es, pero es el reflejo de parte de la vida. ¿Quién tiene razón?

-Los dos. Lo malo es que si todo el mundo sigue Facebook, el Facebook sería la vida. Y lo difícil sería enfrentarse a un bosque, a lo real, a las relaciones sociales, a una silla... Porque los veríamos como obstáculos. Y esa sería la huida perfecta del cuerpo. Yo digo que el selfie es el cuerpo categorial de la negación del propio cuerpo, de su referencia. Ese es el antivampiro, como imagen que no se refleja en el mundo.