Todo visto bajo la niebla

Miguel Anxo Fernández

CULTURA

«Kong, la isla Calavera» sabe a recocida, a un plan bien calculado para convertirla en «blockbuster», en un «mainstream» para entusiasmar a quienes nacieron en los noventa

26 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Dejando en su pedestal a la intocable King Kong de Merian C. Cooper y Edgar Wallace en 1933, sigo prefiriendo la versión de Peter Jackson en el 2005, pese a dispararse con el metraje. Al menos era honesta. Porque Kong, la isla Calavera sabe a recocida, a un plan bien calculado para convertirla en blockbuster, en un mainstream para entusiasmar a quienes nacieron en los noventa o los pillaron pequeñines en el cine palomitero de los ochenta, el de Gremlins, Los goonies y otras varias, que a su manera revitalizaron el género de aventuras fantásticas.

Si Legendary y Warner aportaron buena parte de los 190 millones de dólares pulidos en esta revisión del mito del rey Kong, es para hacer caja sin mojarse, luciendo unos impresionantes efectos digitales y aprovechando la vistosidad de los parajes australianos, con algunas tomas en Hawái. No deja de sorprender el entusiasmo de alguna crítica -sobre todo, local- ante lo que solo es una hábil apuesta por la taquilla, en la que el equipo de guionistas introdujo unas pizcas coyunturales en las claves ecológica, política e incluso filosófica.

Aquel halo poético del simio gigantesco colgado de Fay Wray, aquella enternecedora revisión naíf del mito de la bella y la bestia, deriva aquí en más bestia que bella por mucho que la fotógrafa protagonista sienta ternura hacia el bicho, realmente un tipo solitario impedido a aspirar a tener pareja porque todos los suyos fueron extinguidos, aunque eso no quita que en una hipotética secuela, los guionistas se la saquen de alguna parte... La prioridad del filme es su condición de artefacto de género, una habilidosa mixtura de fantasía, bélico, aventuras y bichos gigantescos, pero que sabe a poco para quien atesore un mínimo de memoria cinematográfica. Lo mejor son sus minutos iniciales con la niebla y algo más, su indiscutible fluidez narrativa y el personaje de John C. Reilly. El resto, caricatura. Vale que los minutos iniciales, y alguna cosilla más, nos remitan a la coppoliana Apocalypse Now (1979), pero el conjunto no hará historia. Ahora bien, para ventilarse un kilo de palomitas es perfecta.