Desplechin inaugura Cannes con los vertiginosos «Fantasmas de Ismael»

josé luis losa CANNES / E. LA VOZ

CULTURA

GUILLAUME HORCAJUELO | EFE

Almodóvar defiende que el espectador debe sentirse diminuto ante la hipnosis de la gran pantalla

18 may 2017 . Actualizado a las 07:43 h.

Una espectral frialdad que cortaba el aire, en contraste con el sol flamígero en el exterior, se respiraba tras el pase inaugural de este Cannes 70, el filme de Arnaud Desplechin Los fantasmas de Ismael. Rompiendo con la línea de aperturas frívolas o algo chisgarabís en este festival -monerías como el Gatsby de Baz Luhrmann o el biopic de Gracia de Mónaco- y para una vez que se apuesta fuerte con una película cien por cien autoral de uno de los grandes del cine francés de las dos últimas décadas, va el personal y se indigesta con la función.

Es Los fantasmas de Ismael obra tan compleja y fascinante como desigual. Desplechin dibuja varios planos narrativos: uno, de belleza perturbadora y trágica, que remite a las pasiones espectrales de Vértigo, con Marion Cotillard resurgiendo de entre los muertos para reenloquecer a Mathieu Amalric, su exmarido cineasta y perturbado por su ausencia hasta que otra mujer, una soberbia Charlotte Gainsbourg, lo aplacó y lo llevó a la calma. Esa bruma hitchcockiana y al tiempo carnalmente genuina envuelve en lo sublime la abrumadora y magna primera parte del filme. Pero a medida que Desplechin hilvana, según su norma, otra capa metanarrativa, la del cine dentro del cine, con una de sus tan queridas tramas de espías, la película se le va deshilachando. Su capacidad natural para hacer fluir y convivir placas argumentales libres se le encasquilla aquí. Tensa los ritmos, extenúa, casi rompe las costuras algo artificiosas de su obra, siempre hasta ahora tan sutil y naturalmente cosidas en estas duplicidades. Y hay otro grave desequilibrio: el que separa la hondura emocional de una actriz inmacersible, y su indescifrable magnetismo, Charlotte Gainsbourg, de la liviandad de la Cotillard. En estos desequilibrios va perdiendo Los fantasmas de Ismael la acumulación de emociones y el entusiasmo que genera su arranque, hasta llegar al final de viaje desfondada.

Sobre la declaración de intenciones del festival, en su pugna por defender el cine en el cine se pronunció ayer Pedro Almodóvar. Como presidente del jurado apostó porque para que el cine sea un acto hipnótico «el espectador debe sentirse diminuto ante la pantalla». O sea, otro misil dirigido hacia los netflixes, en esta guerra de las galaxias entre el festival nodriza del mundo y el lado oscuro que quiere convertir a los espectadores en couch potatoes amarrados al sofá.