Los jugadores que sí que sienten los colores

Francisco Balado Fontenla
Fran Balado AVANTI COMPOS

DEPORTES

25 feb 2015 . Actualizado a las 21:02 h.

He de confesar que de entre todos los jugadores del Compostela, Catú es uno de mis favoritos. Subió al primer equipo por necesidad, cuando en las arcas del club solo había deudas, llamando la atención por esa larga y oscura melena que peinaba con la mano durante todo el partido (era capaz de ir echando una carrera con el delantero rival mientras se apartaba el flequillo de la cara). Pero tras esa coleta se escondía un sensacional defensor y una historia: la del jugador-hincha. Aquel que cuando su equipo pierde, sufre por partida doble: una vez como futbolista y otra como aficionado.

Nació defensa. Dicen que los mejores porteros se forjan a la sombra de hermanos mayores que los inflan a pelotazos entre dos jerséis tirados en el suelo y un larguero imaginario. Es la historia de Roberto, el meta gallego del Granada, y su hermano Estrella. A Catú le pasó algo parecido. Tiene un hermano mayor con el gol y el regate en la sangre. A saber cuántas veces trató de arrebatarle una vieja pelota por el pasillo de casa. 

Catú es un futbolista humilde y noble, de Santiago y excelente jugador; porque sin esto último, aunque hubiese nacido en la plaza del Obradoiro, no tendría cabida en el equipo actual. Hubo un tiempo no muy lejano en el que desde la misma plaza, concretamente desde el edificio que hay frente a la Catedral, trataron de dar el golpe de gracia a un Compos asfixiado por los problemas económicos. Taparle la nariz y la boca al enfermo.

Una de las siniestras herramientas empleadas para ello fue la promoción y el respaldo público del Atlético Fátima, rebautizado como Ciudad de Santiago, con la clara intención de que se convirtiese en el abanderado de la ciudad. En manos de esta institución de nuevo cuño cayeron las riendas del Compostela, equipo que se encargaría de administrar hasta su liquidación, y al que no le pusieron las cosas nada sencillas. Pero exceptuando el barrio del Castiñeiriño, lugar de donde es originario, el Fátima no contaba con ningún tipo de arraigo.

En el 2008, sin apoyo social, pero con dinero, se plantó en la promoción de ascenso a Segunda B. El sorteo le deparó como rival en la eliminatoria el Atlético Monzón. Y allí en San Lázaro, dentro del pequeño grupo de aficionados aragoneses que se habían desplazado a Galicia, la mayoría familiares de jugadores que encontraron la excusa perfecta para visitar Santiago, destacaba en primera fila, enfundado en un chándal del Compos, un chaval de melenas, recordando a los gestores y a los políticos que el fútbol no son solo números, y que aún hay un hueco para los sentimientos. ¿Cómo se llamaba aquel chiquillo del Osasuna?