Las amistades peligrosas

Mariluz Ferreiro A MI BOLA

DEPORTES

12 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

A los deportistas suelen darles una pereza infinita las fotos. Las fotos con los políticos. El hastío suele ser mayor entre los que practican disciplinas que sufren como si fueran plantas de temporada, de esas que florecen durante unos Juegos Olímpicos o un Mundial y que, poco después, se marchitan ante los ojos de los mismos ministros y secretarios de Estado que se habían maravillado con los alegres colores. Muchos de estos ganadores se ven víctimas de pasiones pasajeras. Sienten que posar ante las cámaras es como pasar por caja. Es el precio de la beca ADO, de la ayuda autonómica. Su esplendor en la hierba no dura como en el fútbol.

Los vencedores son banderas luminosas que todo el mundo quiere izar. Durante la campaña presidencial estadounidense, Donald Trump buscaba a los suyos desesperadamente. Los encontró en el fútbol americano. El entrenador de los Patriots y la estrella indiscutible del equipo, Tom Brady. «Tom, un amigo», según el propio magnate. Probablemente a Brady no le preocuparan los insultos de Trump hacia los mexicanos y las promesas de vetar a los musulmanes. Su mujer, Gisele Bundchen, es brasileña. Y modelo, una profesión que, al parecer, suaviza los arranques de xenofobia del presidente. ¿Por qué iba a temer él los arrebatos de Donald? Sin embargo, Brady fue uno de los jugadores de la plantilla que no acudió a la Casa Blanca a rendir pleitesía al nuevo presidente después de ganar la Super Bowl. Algunos de sus compañeros expusieron sus razones «políticas», pero él se excusó por «motivos familiares». Quién sabe. Quizás el astro quiso poner una vela a Dios y otra al diablo y después de las elecciones la segunda empezó a oler a chamusquina.

Sobran los episodios en los que el poder ha intentado convertir el deporte en un instrumento de propaganda. Laureles que impidan ver el bosque. Hubo deportistas que se prestaron por obligación y otros por devoción. La tentación de verse como la libertad guiando al pueblo tiene que ser muy fuerte. Pero, por mucho que uno madrugue, no es lo mismo decidir el destino de un país que escribir en una pizarra el nombre de los titulares.