Pelé, el bebé que ya nació rey del fútbol

DEPORTES

ABIR SULTAN | EFE

29 dic 2022 . Actualizado a las 20:34 h.

La primera profecía la hizo la enfermera que atendió el parto. «Ha nacido un rey, y este rey será futbolista». Desde entonces y hasta la final del Mundial de México 1970, el día que Brasil sublimó el fútbol como arte colectivo,  Pelé elevó el juego a un lugar desconocido en el fútbol romántico y salvaje a un tiempo de entonces, con pelotas de plomo, campos de barro y rivales carniceros.

No hubo un Pelé. Hubo mil. En el campo era capaz de robar, conducir, regatear, pasar, rematar y cabecear. También de inventar goles sin marcarlos, o de regalarlos, como en la final del estadio Azteca en la que logró su tercer Mundial. Otra cumbre que nadie volvió a alcanzar.

Pelé cambió el juego para siempre empapándose de la mejor tradición de Brasil, tomando el liderazgo caudillista de Di Stéfano o la visión de o noso Luis Suárez, y anticipando en su repertorio todo lo que el mundo descubriría después: el despliegue por el campo de Cruyff, el regate de Maradona, la fantasía de Ronaldinho, la potencia de Ronaldo Fenómeno, la elegancia de Zidane, el gambeteo de Messi y la competitividad de Cristiano.

Hasta la paradinha de los penaltis que inventó para derrumbar al portero, todo lo mostró en algún momento de su carrera Pelé, por encima de todo un ganador que se crecía en las mejores tardes. Un líder capaz de ponerse de portero hasta en tres partidos, como quien lanza un mensaje: el primero para lucir, el primero para sufrir. Un reclamo al que, en un partido en Colombia, tuvieron que ir a buscar al vestuario para pedirle que volviera al campo después de haber sido expulsado.

Un futbolista irrepetible y un personaje carismático y contradictorio. El meninho que aprendió pateando una pelota de trapo y que, para poder comprar balones y camisetas, vendía cacahuetes en la estación de tren de Bauru, se convirtió luego en una marca en sí misma. El limpiabotas que en su despertar al fútbol para hacer un dinero, e ir tirando, se inventó el retiro dorado en un destino tan exótico como podía ser Nueva York. Porque al Cosmos todavía no habían llegado las estrellas que alumbraron después sus últimas noches de fútbol en Estados Unidos. El jugador fiel al Santos, el único gran dios del balón que no compitió en Europa, eliminó luego como ministro en Brasil las ataduras para que los futbolistas cambiasen de equipo. El héroe del pueblo convertido luego en reclamo en una decena de películas.

El chaval que lloraba con su primer Mundial en 1958 en blanco y negro y que regaló al juego para siempre toda la paleta de colores del memorable Brasil del 70, haciendo mejores a los mejores: Rivelino, Jairzinho, Gérson, Carlos Alberto, Tostão, Clodoaldo... Lo resumió su marcador de aquella tarde en el Azteca, Tarcisio Burgnich: «Me dije antes del partido, ‘es de carne y hueso, como todos’. Estaba equivocado».

Completo, competitivo, carismático e influyente. O Rei ha muerto. viva O Rei.