Lo que el euro se llevó... y lo que nos trajo

mercedes mora REDACCIÓN / LA VOZ

ECONOMÍA

PILI PROL

La moneda europea se aproxima a su mayoría de edad rodeada de un halo de desencanto ciudadano

31 dic 2016 . Actualizado a las 10:15 h.

Parece que lleva desde siempre en nuestras carteras. Pero no es así. Tampoco hace tanto que se instaló en nuestras vidas. De hecho, mañana hará 15 años que se metió en nuestros bolsillos.

Llegó rodeado de ilusión: la de la pertenencia a una Europa por fin unida, en la que había de reinar la prosperidad. Pero ahora camina por la senda del desencanto: el que ha sembrado en millones de europeos una interminable crisis económica. Porque 8 de sus 15 años de vida se los ha pasado el euro navegando en aguas procelosas, preso de una grave crisis: primero financiera, luego de deuda y ahora política y de identidad. Un proceso este que ha dejado profundas cicatrices en la eurozona. Lo peor, dicen los expertos, ya ha pasado. Pero las economías del euro siguen sin levantar del todo la cabeza. Renqueantes. Alimentadas por la mano amiga del BCE.

Y eso sin contar con que en el camino se han quedado muchas de aquellas verdades que los europeos dieron durante años por absolutas. Basta con recordar que cuatro países tuvieron que ser rescatados del fango: Grecia -varias veces-, Irlanda, Portugal y Chipre. Que el Fondo Monetario Europeo volvió a tener mando en suelo europeo. Lo nunca visto en 40 años. O que España tuvo que llamar desesperada a las puertas de sus socios clamando ayuda para una buena parte de su sistema financiero. Por no hablar de que griegos y chipriotas han sufrido en sus carnes uno de esos corralitos que parecían reservados hasta entonces para los latinoamericanos. Lo impensable.

Pero ¿cuánta de la culpa de ese desastre la tiene la moneda única? Difícil respuesta. Seguro que los expertos lo debatirán durante años. Y quizás, con el tiempo y las claves que facilita la perspectiva histórica, resuelvan esa duda. Pero, mientras llegan esas conclusiones, hay cosas que nadie discute.

Entre ellas, que la pertenencia a la eurozona privó a los Gobiernos de un instrumento al que solían recurrir para capear el temporal. Una suerte de paraguas en el que resguardarse, a corto plazo al menos, de la tormenta: las devaluaciones. Y también que la debilidad del proyecto europeo acrecentó los problemas de sus economías. Otras con moneda propia, como Estados Unidos o el Reino Unido, han sacado mucho antes la cabeza del pozo.

Pero no todo ha sido malo. Porque de lo que tampoco hay duda es de que el euro ha tenido un impacto positivo en la economía. Para empezar, ha servido de muro de contención para la subida de precios. Sí, aunque muchos no lo crean y se lleven las manos a la cabeza ante tal afirmación. Obviando, claro, el subidón que provocó el redondeo en los primeros meses de andadura de la moneda.

Entre enero del 2002, momento en el que el euro debutó en los bolsillos de los europeos -en los mercados llevaba vivo desde 1999-, y noviembre de este año, la inflación ha aumentado un 36 %. Y en Galicia, cuatro décimas más. ¿Por qué entonces los ciudadanos tienen la certeza de que todo es mucho más caro ahora? Porque los sueldos no se han incrementado al mismo ritmo. Ni mucho menos. Es más, de acuerdo con los datos del INE, el salario medio ha crecido en España un 15 % desde enero del 2002. De ahí la pérdida de poder adquisitivo de la que se lamenta la ciudadanía.

El euro nos trajo también tipos de interés más baratos y su efecto más inmediato: créditos más asequibles. Y borró de un plumazo el riesgo del tipo de cambio. Claro que lo del dinero barato acabó convertido en un arma de doble filo con final de pesadilla. Porque fueron los créditos fáciles los que alimentaron la burbuja inmobiliaria que todo lo arrasó con su estallido.

Entre norte y sur, un mundo

Pero lo peor de todo es que aquella convergencia económica con la que soñaban los países que, como España, se subieron al proyecto europeo con el tren ya en marcha no es, ni de lejos, una realidad. Es más, la crisis ha ensanchado la brecha entre norte y sur hasta límites casi insoportables. Solo dos cifras: entre el 2008 y el 2014, el PIB de Alemania creció casi un 14 %; el de España, cayó un 5,2 %. Por no hablar de Grecia, donde la cuchillada ha sido del 26 %. Lo nunca visto en un país sin guerra.

Esa es precisamente una de las razones por las que la supervivencia del euro sigue estando en duda. Esa, y la falta de voluntad política para apuntalar un proyecto que a punto estuvo de irse a pique entre el 2010 y el 2012, durante lo peor de la crisis de deuda. Y ahora, llegan otra vez las curvas con un calendario electoral incierto.