Política en la Universidad

| ARTURO MANEIRO |

EDUCACIÓN

29 jun 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

CREO QUE es uno de los problemas más importantes con los que se encuentra la Universidad. Hay un exceso de política en los claustros que, académicamente, no beneficia a nadie: política de centro, política de derechas, de izquierdas, nacionalista, no nacionalista. Política del grupo A, del Departamento B, del decano C, del rector X, etcétera. Cualquier ciudadano normal puede llegar a creer que en estas instituciones todo se hace en base al raciocinio, al estudio, a la búsqueda de la mayor eficacia docente. Pero, en la mayor parte de los casos, suelen ser otros los puntos de vista. En las múltiples y variadas instancias en las que se toman decisiones o se debaten temas académicos, los argumentos y la razón no sirven para tomar decisiones, al contrario suelen servir para justificar decisiones que ya se han tomado con criterios de política de partido o política de grupo. Se puede llegar a creer que los planes de estudio se hacen en base a analizar las materias más adecuadas para lograr unos objetivos formativos, y que van a ser impartidas por unos profesores que investigan sobre la materia, que son unos expertos en el tema y han publicado bastante sobre el particular. Esto sería lo propio, lo adecuado, lo razonable, lo que todo el mundo espera de la Universidad, por eso no es así en una gran parte de los casos. Se producen repartos de parcelas por departamentos, por áreas de conocimiento. Cada sector quiere tener la mayor cantidad de horas de docencia para colocar profesores de su cuerda y ampliar el poder, controlar presupuestos, equipos de investigación, etcétera, como si en ello se jugara la vida del país. Como se puede suponer, en estas batallas ganan fundamentalmente las tendencias más militantes y aquellas que cuentan con apoyo de partidos políticos que tienen la Universidad como objetivo. Y parecería muy loable y digno que los partidos políticos hagan todo lo posible para que la Universidad tenga cada vez más prestigio como institución, tengan unos planes de estudio cada vez más sólidos, unos métodos más eficaces. Pero se da la circunstancia de que los más interesados buscan otros objetivos: los nacionalistas de todo signo son los que con más convicción consideran que el camino más corto para hacer patria es tener mucho peso e influencia en los claustros. O los partidos que consideran a las aulas como un semillero para futuros militantes, y que suelen coincidir siempre con los denominados de izquierdas, tanto mayoritarios como minoritarios. Los de centro miran a un lado y a otro. Todo este clima universitario, promovido habitualmente por minorías con influencia en los órganos de decisión, crea a su alrededor una gran masa de profesionales de la docencia que se sienten en la obligación de cobijarse en un grupo o en otro, porque es la única forma de sobrevivir, de investigar, de contar con medios. Es esa masa que vota una decisión u otra, no en función de argumentos, de eficacia, de incremento cultural, sino porque lo ha decidido el jefe. En muchos casos no se sabe ni lo que se está votando ni por qué se apoya o se deniega una propuesta. No es esta una visión muy positiva de la Universidad, pero es la real. Hay excepciones, hay facultades en la que se funciona de acuerdo con la idea que un ciudadano normal tiene de la Universidad, pero son pocas. Hay muchos profesores que luchan por no vivir dependiendo de un grupo político, son casi héroes de la Universidad. Hacen falta más.