Tensa tregua de los críticos, hasta que se confirme si el líder del PP logra gobernar

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño MADRID / LA VOZ

ELECCIONES 2016

Si no logra gobernar, se convertirá en el primer presidente al que los españoles despachan a la primera, sin concederle un segundo mandato

21 dic 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

O César o nada. Mariano Rajoy se acostó ayer sabiendo que, o es presidente, o abandona la política. Afronta un reto casi imposible cuyo resultado marcará no solo su destino político, sino también su lugar en la historia de España. Si no logra gobernar, se convertirá en el primer presidente al que los españoles despachan a la primera, sin concederle un segundo mandato. Algo que, además de constituir un fracaso, sería para él muy doloroso, porque la crisis le impidió aplicar las políticas en las que cree y para las que se siente capacitado, y tuvo que limitarse a gestionar la escasez.

La también casi imposible opción de que el PP pudiera gobernar si Rajoy entregara su cabeza y cediera el testigo a Sáenz de Santamaría sería aún más deshonrosa para él. Por el contario, si a pesar del durísimo castigo que supone la pérdida de 64 escaños lograra gobernar, está convencido de poder forjar los consensos necesarios para impulsar las grandes transformaciones que el país necesita y pasar así la historia como uno de los mejores presidentes del Gobierno.

Continuidad o ruptura

Esa delgada frontera entre la posibilidad de gloria y el descalabro abrirá un tenso compás de espera en el PP hasta comprobar si Rajoy gobierna. Si fracasa, se desatará una cruda lucha por el relevo. La opción más clara de renovación sin traumas la representa Alberto Núñez Feijoo, que cuenta con apoyos suficientes para liderar el partido, pero también con el hándicap de no ser diputado. Sáenz de Santamaría, la otra opción continuista, no tiene el mismo respaldo.

Para la hipótesis de la ruptura total no hay sin embargo candidato claro. Entre otras cosas, porque existen dos sectores opuestos. Uno, impulsado por el aznarismo, que apuesta por la vuelta a las esencias más conservadoras. Y otro que propugna la modernización del discurso y la jubilación de la vieja guardia, en el que Pablo Casado es por ahora la cabeza más visible. Pero, de momento, solo habrá un tenso compás de espera.