Manuel Villarino:«Mi mujer acepta que me gusta mucho la noche»

A CORUÑA

CESAR QUIAN

El pintor expone en el café Terracota de la plaza de Vigo, donde se iniciaron las jornadas GastroArte, que durarán cinco meses

19 mar 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Viste camiseta negra de manga corta. Habla mucho y con la voz un poco quebrada. Antes de empezar a charlar pide un whisky con Coca-Cola. «Vengo dispuesto a contarte todo. A abrirme», me dice. Luce dos tatuajes. En el brazo izquierdo lleva escrito un nombre: Diego. «Está conmigo siempre», asegura, y se lanza a recordar una triste historia. «En el 2005 murió mi hijo Diego a causa de la leucemia. Tenía 14 años. Entramos en el hospital porque se mareaba, le diagnosticaron la enfermedad, se complicaron las cosas con un problema cerebral y poco después se acabó. Fueron unos días que me parecieron siglos. Me despertaba pensando que había sido un sueño e iba a su habitación. Tuve un bache tremendo. Me ponía a pintar y me echaba la pintura por encima. He aprendido a convivir con ello» relata Manuel Villarino Díaz, que tiene otros dos hijos, uno de 29 años, fruto de una relación anterior, y Hugo, de 8, con su pareja desde hace 28 años.

Ramblas toreras

Nació en 1964. «De cabeza me siento muy joven». Es de la calle San Luis y estudió en el desaparecido colegio de los Mallos. «Siempre quise ser artista, o músico o pintor», sentencia en Terracota, la cafetería de la plaza de Vigo que ocupa el bajo donde estuvo La Hacienda. Este local inició el viernes las jornadas GastroArte que durarán cinco meses y que maridan distintas expresiones artísticas. Manuel y sus coloridos cuadros son los primeros protagonistas. «En Galicia la gente es muy triste. Por ejemplo, Tino Grandío es genial, pero pintó todo en gris. Los paisajes son tristes y creo que influye mucho el clima. A mí me gusta el sol, la playa... Me quise ir a Ibiza. Por parte de padre la familia es de Córdoba y la de mi madre de Cádiz», relata este admirador de Picasso y Abelenda. Siendo un chaval se fue a Barcelona y empezó a trabajar en la calle. «Hacía caricaturas a los turistas y las presentaba vestidos de toreros. Vendía mucho a lo largo del día y vivía bastante bien. Después cambié por la plaza Mayor de Madrid. Éramos 15 pintores y yo siempre tenía gente. Ya iba vendiendo en la cafetería del tren. Por vender, hasta vendí los cuadros que se colgaban en los pisos piloto de Fadesa», recuerda.

La luna llena

Vive de la pintura. «Soy muy afortunado. De los 3.000 cuadros que habré pintado solo tengo unos 100. Por el que más pagaron fue 12.000 euros. Estoy muy orgulloso de la Feira da Arte Galega que organizamos en Navidad porque sirve de lanzamiento a muchos jóvenes y sirve para que los artistas de distintas generaciones se conozcan», comenta Manuel mientras da un trago al whisky. «Soy juerguista de toda la vida. No creo que exista nadie que haya salido más que yo. Mi mujer acepta que me gusta mucho la noche. Si hay luna llena, hay algo que me empuja a salir y a veces sin luna llena también», se sincera. «Ya no hay locales como Os Belés», reclama. Le gusta el flamenco de manera especial, pero también el soul, los ritmos de los ochenta, los Rolling. «Soy incapaz de pintar sin música», confiesa. Dice que se siente más a gusto con mujeres que con hombres. «Soy humilde y vividor. Soy de los de vive y deja vivir. No aguanto a nadie. Hipocresías las justas. No me gusta quedar para salir. Soy solitario. Los simpáticos que son simpáticos es lo peor que hay en la vida. Como me dijo un amigo, es muy difícil ser golfo y simpático», asegura Manolo, que lleva un rato con el paquete de tabaco en la mano. «Fumo mucho. Antes nadaba y volvería a hacerlo si se pudiese fumar al mismo tiempo», confiesa. Me siento culpable por no haberme sentado con él en el terraza. «No pasa nada. Tú me relajas, tío», dice mientras me da un beso en la frente y sale a encender el cigarro.