Cuando en Coruña se montó el pollo

Sandra Faginas Souto
Sandra Faginas CRÓNICAS CORUÑESAS

A CORUÑA

13 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un domingo cualquiera, un mediodía cualquiera ahora nos plantamos y decimos eso de: «Hoy no hago la comida, vamos a coger algo» y enseguida nos montamos el plan en casa. Uno llega cargado de distintos recipientes de plástico con comidas variadas: que si paella, que si carne asada, que si un poco de ensaladilla, que si una merluza rebozada... Hoy el «just eat» se ha impuesto en nuestra vida con la comodidad como principio. Qué tiempos los de ahora en que nada más bajar a la calle encuentras en cualquier barrio un local en el que te ofrecen comida para llevar y en el que puedes escoger a la carta. En Coruña se han montado en estos últimos años tantos negocios de este tipo que antes o después todos picamos en ellos, con mejor o peor suerte.

Hubo un tiempo, claro, en que esto no iba así y en el que la novedad más novedosa, lo más moderno que podía existir era que tu madre un día dijera: «Vamos a César Blanco a ver qué hay». Aún lo estoy viendo, en la esquina de la plaza de Pontevedra (donde hoy está el Arenal), como una boutique gastronómica que añadía en los ochenta una innovación desconocida en una ciudad como la nuestra. Allí todo me parecía riquísimo, pero sobre todo, lo que proporcionaba ese lugar exquisito era precisamente el punto esnob de no cocinar en casa. Un hecho inconcebible en las familias, mucho más revolucionario que salir a comer a un restaurante.

Que en tu casa no se pusiera la sartén al fuego, que no se resolviera con una tortilla y que se pagara por ir a buscar comida hecha por otros era un privilegio exclusivo de unos cuantos. César Blanco proporcionó puntualmente la novedad con platos buenísimos que luego eran motivo de discusión o debate (en casa, por supuesto, la comida siempre «es mejor»). En la mía fueron contadísimas las veces que se tiró de ese recurso, pero recuerdo cómo cambió nuestra visión cuando en el barrio se instaló Don Gallo y definitivamente se montó el pollo. Eso de chuparse los dedos con la comida de fuera pasó a otra categoría, ¡a la aceptabilidad de las madres! ¡Qué solución! Don Gallo fue de los primeros en la zona de la calle Barcelona y aún sigue abierto con el mismo éxito, según me cuentan, aunque no con el furor con el que fue recibido: con la gente esperando en el coche en doble fila para hacerse con el «manjar» del fin de semana. Hace poco Coren abrió también en el centro un establecimiento de este tipo, y al ver a la gente paseando con su cucurucho de pollo frito como la gran novedad, me vino a la cabeza toda la alegría que nos daba entonces comprar aquel primer pollo asado. No estábamos en Nueva York ni sabía al Kentucky Fried Chicken, pero era lo más parecido a la modernidad de que tu madre, por fin, descansara de cocinar.