Cuarenta minutos de angustia en una sucursal gijonesa de la Caixa

J. C. Gea GIJÓN

ESPAÑA

Un hombre retuvo, armado con una pistola detonadora, a nueve personas en un atraco que se saldó sin heridos y causó la alarma en la céntrica avenida de la Constitución

08 mar 2017 . Actualizado a las 19:15 h.

La pistola era un arma detonadora sin munición, pero el susto fue angustiosamente real. Durante cuarenta interminables minutos, a primera hora de esta tarde, un atracador esgrimió el arma de pega para mantener retenidas a nueve personas en el interior de una sucursal de la Caixa en la avenida de la Constitución de Gijón. El aviso llegaba a la Central de Alarmas diez minutos antes de las dos de la tarde: un hombre armado exigía el dinero de las cajas y mantenía retenidos a varios empleados y clientes. Pocos minutos después efectivos de la Brigada de Seguridad Ciudadana con el apoyo de la Policía Local se desplegaban en torno a la oficina bancaria: un pequeño ejército de agentes de uniforme y de paisano que en unos instantes cerraron al tráfico Constitución y la calle Mieres, en la trasera del banco, para impedir la posible huída del atracador. La expectación, a una hora a la que el tránsito por la avenida es el mayor del día, fue máxima, con decenas de transeúntes pegados a los precintos policiales móvil en mano. Muchos de ellos, estudiantes recién salidos de los institutos cercanos.

Dentro, algunos de los retenidos se comunicaban a escondidas con el exterior. Una empleada de la vecina sucursal del Banco de Santander enviaba un mensaje por whatssap a una compañera de oficina. Le contaba que estaba escondida detrás de una mesa, que la quería mucho, que todo iba a acabar bien. Lo cierto es que no empezaba bien en absoluto. El primer contacto causó un fuerte sobresalto: no todos lo notaron fuera, pero algunos, los más próximos a la puerta del banco, aseguraban haber uno o dos disparos. Era cierto, como al instante lo dejaron ver dos marcas de impacto de bala en el cristal interior del vestíbulo. Después se supo que las detonaciones fueron realizadas por los agentes policiales para intimidar al atracador, ante las amenazas de muerte que, pistola en mano, estaba profiriendo contra ellos.  

Agua, tabaco y droga

Aquietados así un poco los ánimos, el negociador establecía contacto con el asaltante y escuchaba sus exigencias para liberar a los retenidos: agua, tabaco y droga,. La policía, por su parte, le hacía saber las suyas: liberación de los rehenes a cambio de lo solicitado. En unos instantes, el delincuente transigía con un gesto de buena voluntad y liberaba a seis de las nueve personas. Fue un momento de gran tensión dentro y fuera de la oficina bancaria, con un revuelo de personas saliendo por su puerta en mitad de verdadero escudo humano de cuerpos de policías. Una ambulancia estacionada unas decenas de metros más arriba tuvo que atender a algunos de ellos, aquejados de cuadros de ansiedad. En esa confusión, las especulaciones se disparaban más allá del cordón de seguridad. La pequeña estatura y la indumentaria de una de las rehenes liberadas hizo pensar a muchos que se trataba de una niña. Algunos decían que la hija de una empleada. No lo era: no había menores en el interior. Pero sí todavía tres personas.

Más nervios y tiempo para más conjeturas, al saber que el secuestro no había finalizado. Alguien debió de recordar la proximidad de la administración de lotería, en la avenida Schulz, donde hace un par de semanas se vendió un premio millonario de los Euromillones a una peña del barrio; el atracador estaría aprovechando el momento del cobro de ese millon de euros para su golpe. Otros discutían a gritos, casi justificando al delincuente como una víctima de la crisis y arremetiendo, en bloque, contra este o cualquier otro banco, ante las reconvenciones de sus vecinos de observatorio. Mientras, en el interior, los agentes fingían estar cumpliendo las exigencias del atracador solo para acercrse a él y aprovechar el momento de la supuesta entrega de la droga, el tabaco y el agua para reducir al asaltante. No opuso resistencia. Guardaba dos sobres con unos 6.000 euros. La pistola no solo no estaba cargada, sino que era un arma detonadora.

En un instante, a las 14.37, todo había acabado: media docena de policías conducía a un hombre de mediana edad, sin resistencia, hasta uno de los coches estacionados en Constitución. Los tres rehenes restantes eran conducidos junto a sus compañeros, que les esperaban junto a responsables bancarios y compañeros de otras entidades de la zona junto a la esquina de la calle San Juan de la Cruz. Abrazos, nervios, silencio absoluto sobre lo sucedido y cuarenta minutos grabados a fuego en su recuerdo muy a su pesar. Pasadas las 15:30, los responsables territoriales de la Caixa echaban el cierre a una jornada, más bien, para olvidar.