Simon Cowell, el que de verdad «canta» en One Direction

Pablo Gómez Pan

EXTRA VOZ

cedida

One Direction, una de las mayores «boy bands» de los últimos años, han anunciado una retirada temporal detrás de ello está su mánager,  Simon Cowell

30 ago 2015 . Actualizado a las 15:44 h.

Como ya ocurriera antes con la marcha de Geri Halliwell de las Spice Girls o de Robbie Williams de Take That, la banda prometía durar poco después de que uno de sus miembros más carismáticos, Zayn Malik, los abandonase para seguir con su carrera en solitario, afirmando en un polémico tuit su deseo de querer hacer «música de verdad». No es disparatado pensar que esta ruptura es una decisión estudiadísima, como suele serlo todo lo concerniente a este tipo de grupos, más dependientes de los estudios de mercado que del favor de las musas. Al fin y al cabo, Malik continuará en RCA, un sello perteneciente a Sony, del que es directivo Simon Cowell, su descubridor en la edición británica de The X-Factor de 2010, en la que decidió juntar a cinco concursantes para formar la banda. Cowell es un buen conocedor de la industria discográfica y sabe que este tipo de estrategias son frecuentemente exitosas (recordemos que George Michael vendió nada menos que 25 millones de discos con su primer álbum en solitario tras abandonar Wham!).  

Nacido en Brighton, una pequeña ciudad costera al sur de Londres, Cowell es con algo más de cincuenta años uno de los mayores empresarios musicales del presente, con una fortuna estimada en unos mil millones de dólares, principalmente fruto de sus múltiples concursos televisivos, entre ellos The X-Factor, American Idol, Britains Got Talent y sus muchas versiones internacionales (que van de Eslovaquia a la India, pasando por supuesto por España). Su éxito económico radica, además, en que mantiene el control de las carreras de todo aquél que sale de sus programas. Su personaje público (que él insiste que es su auténtico yo) es el equivalente internacional del de Risto Mejide en su época de jurado de Operación Triunfo: un juez sin pelos en la lengua que no duda en humillar con sus comentarios a los concursantes que le disgustan (unos concursantes, por supuesto, elegidos ex profeso para ser humillados en un espectáculo más digno de una corte medieval que del mundo postilustrado en el que la historia nos dice que vivimos). Es el clásico personaje televisivo que, como ha sabido apreciar el filósofo Javier Gomá, cumple la función social de hacernos sentirnos bien con nosotros mismos porque nos invita a pensar que somos mejores que él, igual que el borracho del pueblo consolaba a las generaciones anteriores, que ante su triste semblante se sentían comparativamente sobrias a pesar de haberse bebido hasta el agua de los floreros.

Su autorretrato

Cowell pertenece a la estirpe de empresarios como Don Kirshner, Maurice Starr o Nigel Martin-Smith, artífices, respectivamente, de los Monkees, New Kids On The Block y Take That, posiblemente la cara más odiada de la industria musical, representante de todo aquello contra lo que han luchado éticas y estéticas como el punk o el indie y responsable de la mala fama de lo comercial. En su artículo «Una carta al superficial, imprudente, arrogante y joven yo», un ejercicio retórico ejemplar en el que Cowell critica a su antiguo yo para congratularse del actual, se retrata a sí mismo como un hombre orgulloso de trabajar duro (sin parecer preocuparle mucho con qué fin), que se merece su mucho dinero y que no es ya el imbécil que fue (un chulopiscinas de los 80, productor de artistas tan olvidados como Sinitta). Aunque en los 90 dejó pasar oportunidades tan grandes como la de ser mánager de Take That o las Spice Girls, a finales de la década resurgió con superventas como Westlife o Il Divo. Pero su gran éxito llegó con el nuevo milenio, cuando decidió explotar el filón de los concursos musicales televisivos.

El controvertido Cowell y sus productos audiovisuales ?basura de la más baja estofa destinada al más zafio de los públicos?, reavivan el eterno problema de la responsabilidad social de los medios. Cuando habla de sí mismo en entrevistas como el show de Oprah dice no tener claro por qué su humor es tan cambiante ni por qué, en ocasiones, sufre depresiones. No estaría de más recordarle que esa fortuna milmillonaria de la que afirma sentirse merecedor ha sido amasada gracias a inundar la esfera pública de música anodina y modelos de conducta tan cuestionables como la ultracompetitividad, la vanagloria y el escarnio público.