«En España no hay  trabajo, pero tenéis un buen pasaporte»

Gabriel Tizón

EXTRA VOZ

Solo este año han llegado a Europa medio millón. El fotógrafo gallego Gabriel tizón recorrió durante las últimas  semanas las fronteras por donde los refugiados buscan un nuevo futuro. Tizón ya está de nuevo en primera línea.

04 oct 2015 . Actualizado a las 12:55 h.

Si algo retraté estos días no son refugiados, retraté personas. Eso sí, personas llenas de vida y sueños a las que ahora ya admiro para siempre, luchadores de sueños que se niegan a la resignación, incansables en su camino por conseguir una vida tranquila, sin bombardeos.

Caminé, comí y dormí con ellos, pero sobre todo hablamos, hablamos muchísimo para escuchar historias personales, como la de ese niño sirio de 11 años que lleva dos años sin ir al colegio y que sueña con ir a una escuela donde no pierda a sus amigos, la de una mujer que huye de su Gobierno porque quiere «ser mujer», o la de un chico homosexual que no quiere seguir escondiéndose para no perder la vida; o la de un compositor de música que quiere seguir disfrutando de la música después de que bombardearan su casa. También la de un joven que viaja por amor para reencontrarse con la novia que hace año y medio que no ve, o la de un hombre que perdió a toda su familia en la guerra y que viajó desde Suecia en coche para perseguir autobuses y trenes que puedan llevar a su madre enferma, de un lado para otro sin saber a dónde. Conocí a un hombre que se jugó su estancia por defenderme de un policía serbio que quería quitarme las fotos de la cámara, y a un joven informático que me explicó que aunque en mi país no hay mucho trabajo tenemos «un buen pasaporte».

Durante este viaje me encontré  situaciones que pensaba que eran parte de la historia, imágenes que había visto en documentales de la Segunda Guerra Mundial: un millar de personas que, después de estar sentados en autobuses trece horas ?obligados por la policía húngara con bebés, enfermos y ancianos?, a las tres de la madrugada son obligados a esperar en las vías de una pequeña estación en la frontera de Serbia y Hungría la llegada de un tren que los llevará hacia no se sabe dónde, separándolos muchas veces de sus familias. 

Ellos te enseñan documentos que muestran lo que la policía fronteriza les cobra por cruzar apenas unos metros y subir a un autobús que supuestamente va a algún campo de refugiados, sin ubicación precisa. Impone ver a decenas de taxistas en la frontera de Austria pelearse entre ellos detrás de un cordón policial para engañar a las personas que van llegando agotadas y en una situación límite, después de caminar por cinco países donde estos taxistas les cobraban 150 euros por persona para recorrer setenta kilómetros hasta Viena,  aunque algunos les dejaban a los treinta kilómetros con la disculpa de los cortes, para inmediatamente volver a la frontera y repetir la operación.

Los vecinos de la frontera húngara también se ofrecían para engañarlos y estafarlos con sus coches particulares. En algunos casos escondían a menores en el maletero a cambio de mucho dinero, aprovechando la desesperación del refugiado porque esta era una de las fronteras más complicadas de cruzar. ¡Quién no recuerda la imagen de 71 refugiados abandonados muertos en Austria dentro de un camión hace apenas mes y medio!

Estas son algunas de las muchas historias que ocurren cada día, historias que demuestran cómo somos capaces de alegrarnos de las desgracias de los demás para hacer negocio, algo que siempre es muy difícil de digerir cuando lo ves en directo. 

En el otro extremo de la balanza está la fuerza de la solidaridad: la labor cientos de  personas anónimas que, en contra de las políticas de sus gobiernos, corren de una frontera a otra con sus coches y camionetas particulares llenos de alimentos, mantas, tiendas, comida, medicinas... para poder aliviar a estas personas todo el sufrimiento. Son personas que no pertenecen a ninguna organización ni oenegé, que se mueven por principios y, en algunos casos, por indignación con sus gobernantes. Son los héroes anónimos. A una de estas personas, una chica, me la encontré en cuatro fronteras distintas.

Ahora, mientras escribo estas palabras desde Galicia y después de estar las primeras horas en casa,  empiezo a tener perspectiva de todo lo vivido. Estos días  escuché la palabra «refugiados» en más de cien ocasiones, y me pregunté: ¿qué es un refugiado? Para mí es una persona que huye de una situación injusta y, que tiene que abandonar su casa en contra de su voluntad. Y si el concepto «conflicto» se refiere a un lugar donde hay disparos, tampoco estoy de acuerdo. En África millones de personas cada día están huyendo por la peor de las balas, el hambre.Y nosotros tenemos una valla mucho más alta y con muchas más espinas que en Hungría.

 Cuando la foto del niño muerto en la playa se olvide parece que el problema desaparece, lo mismo que con la historia del hombre que recibió la patada de la periodista y fue acogido por un equipo de fútbol. Pero siguen falleciendo cientos de niños en el mar que no tienen foto, y sigue habiendo cientos de padres que siguen recibiendo patadas que no tienen vídeo.

«Somos lo que hacemos, no lo que decimos», esta es mi pequeña reflexión.