El arma de doble filo de tener un «vino de...»

SABE BIEN

En algunos casos, como el de Drew Barrymore, el tándem de la fama y el vino les viene de familia y va más allá de un capricho de estrella de Hollywood. Otras veces se trata de operaciones empresariales con resultados dispares. Y en no pocas ocasiones de un simple barniz de glamur

02 abr 2017 . Actualizado a las 17:43 h.

Cuando la actriz Diane Keaton anunció, el pasado verano, que iba a lanzar una colección de vinos californianos que se servirían «con unos cubitos de hielo» los más puristas sintieron un escalofrío en la espalda. «¿Pero adónde vamos a llegar?», se preguntó más de uno. De momento, hemos llegamos a las jornadas en las que los gallegos podemos probar los llamados «vinos de los famosos» gracias a la presencia, en Ferrol, del Famous Wine Festival, que se celebra hasta el martes dentro de las actividades relacionadas con el certamen Fevino. Futbolistas como Andrés Iniesta, toreros (Francisco Rivera Ordóñez), cineastas (Coppola) o diseñadores (Francis Montesinos y Roberto Cavalli) son algunos de los nombres que, en mayor o menor tamaño, figuran en las etiquetas de algunos de estos caldos que se sirven, a dos euros la copa, en una docena de locales de Ferrol. Pero lo que podremos catar es solo una mínima parte de una tendencia que lleva moviéndose ya hace tiempo y que envuelve a cientos de personajes de primera línea movidos por la pasión, el plus de prestigio, el capricho o... ¡incluso! el puro negocio. En España, después de que la moda de producir vinos de Ribera del Duero que se extendió en la era Aznar acabase con varios concursos de acreedores, tienen aún intereses en bodegas, entre otros, Antonio Banderas, Juan Echanove, Carlos Sáinz (en una hábil joint venture con el experto Telmo Rodríguez), José Luis Cuerda o Roberto Verino, aparte de los citados Andrés Iniesta y Francisco Rivera Ordóñez; pero el fenómeno traspasa fronteras, como muestran los dispares casos de Coppola en California -con las ideas muy claras respecto a los gustos del más frívolo mercado americano, como apunta Xoán Cannas, director del Instituto Galego do viño- y Messi en Argentina (imaginen la conversación: «¿Oye, te interesaría invertir algunos milloncetes en unas bodegas?»). Su vino, por cierto, no tiene nada que ver con las dos botellas de Vega Sicilia, a 1.500 euros cada una, que descorchó en el último cumpleaños de su madre.

En algún caso, los famosos se han labrado un prestigio paralelo a sus méritos lejos de las uvas: la actriz australiana Olivia Newton-John lleva tres décadas de éxitos con su bodega en las antípodas y, pese a que celebridades como Madonna y Brangelina no han escatimado esfuerzos por promocionar sus propios caldos (la pareja los vende ahora en los súper británicos), la inocente Sandy de Grease les saca mucha ventaja. Y es que a veces, como recuerda Faxildo Galdo, que trabaja desde hace años en el complejo mundo del márketing enológico, estas gotas extra de glamur no ayudan a las compañías en su esfuerzo por vincularse a la calidad, pues han dado una imagen frívola o han canibalizado al propio producto e, incluso, han fomentado los prejuicios entre algunos consumidores, que creen que pueden ser caldos inaccesibles o productos «de márketing». Así, algunas bodegas piden que no se les vincule con los personajes populares que participan en su accionariado, cansadas de que en algunos ambientes les «etiqueten» siempre como «el vino de...». Sin embargo, Galdo apunta que la asociación de vino con famosos, al menos a corto plazo, puede ser un buen camino para abrir este mercado a públicos más jóvenes y al femenino -con vinos frescos y afrutados-, dos de las batallas que libran ahora muchas marcas, junto a la búsqueda de diferenciarse entre el aluvión de marcas.

Entre las iniciativas que triunfan en España encontramos a Bodegas Montecastro con el cantante Julio Iglesias como copropietario. La empresa confirma que la imagen del artista les ayuda, pero también dejan claro que la apuesta por vender caldos por su máxima calidad y no «el vino de Julio Iglesias». El diseñador Roberto Verino, que ha facturado 500.000 euros anuales con su vino Terra do Gargalo, reconoce que inicialmente fue «un capricho» para él, pero enseguida se convirtió «en una pasión» y ha terminado siendo «un negocio». ¿Pero le ayuda al modisto su fama? «Sí, pero de una manera sutil. El prestigio de tu marca comienza con el prejuicio de quienes piensan que se trata solo de una estrategia de márketing», explica. Esta idea la subraya también Faxildo Galdo, para quien Acontia, proyecto en el que participa el torero Rivera Ordóñez, es un ejemplo de asociación inteligente con criterios empresariales. Según explica la presidenta y propietaria de Bodegas Liba y Deleite, Maite Geijo, la adquisición por parte de Rivera Ordóñez de una parte de las acciones fue «una operación empresarial» en un primer momento, pero luego él se ha ido involucrando más y «su apoyo se nota» para ganar clientes. Especialmente cuando «levanta un teléfono», pero advierte: «Acontia no es el vino de Rivera Ordóñez».