Urgencias para morirse de risa

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Son anécdotas, momentos surrealistas de hospital, pero reales. Elisabeth G. Iborra relata situaciones que se viven en los centros sanitarios, algunas muy difíciles de contar. Los médicos ya le advirtieron: «O te llevas las manos a la cabeza o te ríes».

16 may 2016 . Actualizado a las 19:23 h.

«Como no le eches un poco de humor a la vida, mal te veo». Con este mantra Elisabeth G. Iborra  (Zaragoza, 1977) se presenta para hablar de su último libro, La medicina todo (lo) cura. Esta periodista maña descubrió un día toda la tela que había por cortar dentro del universo sanitario y se lanzó de lleno. Empezó con Anécdotas de enfermeras, bestseller en España, continuó enrolándose con los técnicos de ambulancias, bomberos y socorristas en Anécdotas de emergencias y ahora, con la risa todavía más presente, quiso indagar en esas relaciones tan particulares que se establecen entre médicos y pacientes. En una consulta ambulatoria o en urgencias, donde sacamos nuestro peor yo. «No sacas su mala leche o tu neurosis cuando estás de cena con unos amigos. Es cuando estás enfermo cuando te urge una solución, pero no es siempre tan fácil ni tan urgente. Podemos llegar a ser muy egoístas. Creemos que somos los únicos que estamos en una sala de espera y desgraciadamente no es así. Los familiares que nos acompañan son aún peores: ?¡O le haces las 800 pruebas que te pido o no me muevo de la consulta!?. Seguro que momentos así le pueden resultar familiares a más de uno», cuenta Elisabeth. 

 Celadores, enfermeros, auxiliares y doctores le han trasladado sus singulares cuadernos de bitácora. «Un médico de atención primaria tiene de media cinco minutos para despachar cada consulta, ¡cinco minutos!, ¡eso son muchos pacientes!», exclama. Y muchas historias. «Si en mi primer libro utilicé un tono más crítico para denunciar la fuga de profesionales sanitarios a otros países como Reino Unido ante la falta de oportunidades aquí, esta vez quise centrarme en el lado divertido de esta profesión, que también lo hay, a pesar de los dramas humanos a los que tienen que enfrentarse y a pesar de los recortes», subraya. «El humor es un antídoto para ellos. Y cómo no van a reírse si les llega una familia entera con los bañadores mojados y todos los estandartes de la playa para pedir un receta. O cuando una pareja aparece aullando de dolor porque se quemaron utilizando el aceite caliente de la moto como lubricante», dispara la autora, que no puede evitar la carcajada. 

Si los fans de The Big Bang Theory se desternillaron de risa en el capítulo en el que uno de sus protagonistas acude a urgencias porque la mano de su robot acabó misteriosamente enganchada al interior de su bragueta, sepan que la ficción no es necesaria cuando se trata de peripecias médicas. La realidad lo supera todo. «En un hospital me consta que tienen una especie de museo con todos los objetos, cuando menos curiosos, que se encontraron en los lugares más insospechados», cuenta Elisabeth. «Una berenjena, una manzana, una botella de agua? A mí también me costó creer que dos jóvenes utilizaran hoy en día una bolsa de pipas como preservativo, pero pasó», zanja. «¿Y quién no se depiló solo la pierna mala pensando que tendría que mostrar únicamente esa?», sonríe. Las anécdotas sexuales son de lo más variopintas pero hay mucho más. «Los médicos nos tienen muy catalogados, todos acaban desarrollando una habilidad psicológica. Pero además del paciente neurótico, también está el que se siente solo. Sobre todo, la gente mayor», comenta. «Vengo aquí porque por lo menos así hablo hoy con alguien», esto le dijeron a uno de los médicos de su libro. 

 ¿Una clase de primeros auxilios o de educación emocional? Elisabeth G. Iborra no duda si tiene que recomendar una de las dos. «La segunda hace mucha falta», asegura. «Reírse de uno mismo es muy importante. Por ejemplo, las últimas páginas de este libro las escribí en una sala de espera. Mientras cuidaba a mi madre, que terminó muriendo. Esos días pensé en cómo la vida se ríe cuanto quiere de nosotros». La autora decidió entonces tomarle la delantera y recetarse para sí misma una buena dosis de ironía.