«Nuestros cuerpos no son el error»

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El último tabú. Erika Irusta es una pedagoga especializada en ciclo menstrual que está dispuesta a desmontar el último gran tabú que perdura relacionado con la feminidad.

18 dic 2016 . Actualizado a las 04:00 h.

Lo que no se nombra no existe. Pues eso pasa hoy todavía con la regla, periodo, la prima de Moscú y otras maravillas del ingenio que ocultan algo tan natural y sencillo como la menstruación. Erika Irusta ha decidido bajar el telón de esta farsa.

 -¿Hace falta una pedagoga menstrual?

-La menstruación es un hecho tremendamente cultural. Fisiológicamente es un proceso de nuestro cuerpo que ha de cursar sin molestias salvo en caso de alteraciones y enfermedades. Se necesita abordar desde la educación la experiencia menstrual para comenzar a hacer una crítica cultural que nos permita conocernos, habitarnos y tomar decisiones realmente libres.

-Parece que el ciclo femenino se ha puesto de moda.

-El ciclo menstrual es un tremendo desconocido. El tabú menstrual persiste, aunque, por fin, algunas voces ya estamos abriendo brechas. Pero no se ha abierto un debate, tampoco se ha abordado de manera profunda, más que un par de noticias sensacionalistas que duran un par de semanas.

-¿Somos hormonas con patas?

-Somos química en interacción continua con el entorno, el cual influye en nuestra química y a la inversa. No son nuestros cuerpos ni nuestra química los que nos hace volátiles e histéricas, es la lectura cultural que han hecho los cuerpos normativos sobre nuestros cuerpos la que nos ha puesto en esta posición de vulnerabilidad.

-¿La liberación de la mujer pasa por asumir la menstruación con normalidad?

-Hemos de comprender que no somos nosotras el fallo. No es el cuerpo la cárcel, es quién define el cuerpo como cárcel el que genera una sociedad inepta para acoger las necesidades de este. Liberarnos del cuerpo es un imposible que nos cuesta la salud. No podemos seguir creyendo que nuestros cuerpos son el error. El error está en cómo han sido escritos y leídos en esta sociedad. Nosotras no estamos mal, nuestra química no es la que falla, es este sistema el que la desconoce, la oculta e incluso la repudia. La victoria es empezar a conocer nuestro cuerpo más allá de lo que nos han dicho y negado. Es validar nuestra experiencia menstrual y corporal y generar conocimiento en torno a nuestras experiencias. La victoria es escribir nuestro cuerpo y aprender a leerlo desde nuestras tripas. Esa es la victoria, a partir de ahí que cada una decida qué hacer con su cuerpo.

-Tenemos tanto miedo al ciclo femenino que no somos capaces nombrarlo.

-Muchas jóvenes sienten vergüenza al hablar de la menstruación aparte de un enorme desconocimiento de la experiencia menstrual. No son muy diferentes a nosotras las adultas. Las adultas nos avergonzamos de ser cuerpo. Aspiramos a ser otra cosa porque, es cierto, en esta sociedad ser mujer se paga caro. Y las adolescentes lo saben. Por supuesto, no existe ya un discurso que denosta el cuerpo femenino y sus procesos. Pero, de manera latente existe. Y existe, especialmente, porque se niega el tabú. Se habla de «lo natural», «lo normal» pero luego en casa una ve cómo su madre ha de sufrir cada mes a golpe de ibuprofeno o cómo en la tele una chica a caballo con pantalones blancos haciendo el pino con un esquimal menstrúa un líquido azul. Ellas visibilizan el camino que aún nos queda por recorrer y la urgencia de no quedarnos rezagadas por el camino.

-Hay empresas que dan días de descanso a la mujer...

-No podemos tener a Recursos Humanos en nuestras bragas. El cambio no sería a mejor. Mi propuesta se explica a dos niveles: Uno personal/micro que consiste en educarnos en las prácticas de autoconocimiento y autocuidado para (aquí llega el social/macro) abrir un debate con los agentes sociales desde el que podamos establecer estrategias que nos orienten hacia una cultura de cuidado, en lugar de mantener la cultura neoliberal de producción.

-¿Qué es la «mujertez»?

-Es la palabra que empleo para hablar de la feminidad normativa. Del traje social de mujer cosido por los hilos de la norma social y cultural. En él se hilvanan aquellas cosas que, por haber nacido con cuerpo calificado como femenino, se entiende que podemos y debemos hacer, junto a aquellas que están prohibidas o que suponen un alto precio. Así mismo con el término me refiero a la madurez feminizada, a esos rasgos del traje social de mujer que, para cierta edad, una ha de haber cumplido o estar ya a puntito de cumplir.

-¿Tememos a nuestro cuerpo?

-Dicen que tememos a aquello que desconocemos. Y las mujeres desconocemos nuestro cuerpo. Nos han desahuciado de él. Lo han llenado de mentiras, silencios y calamidades. Lo han hecho objeto de deseo y máquina de (re) producir. El cuerpo como propiedad de sí misma es una experiencia nueva para una mujer. Aunque aún este cuerpo no nos pertenece, pues el Estado sigue marcando leyes sobre él.

-¿Y la presión de ser madres?

-Aquellas mujeres que no tenemos deseo de maternidad o que fluctuamos (porque el deseo es cambiante y precisa de contexto) vemos que nuestra identidad social se tambalea. Qué sucede cuando comienzas a vivir tu cuerpo y tu ciclo menstrual más allá de la definición reproductiva con la que nos han definido. Es un mundo nuevo que estamos empezando a vivir (e incluso atreviéndonos a disfrutar) fuera del armario, atravesando la inadecuación, la culpa y los cuestionamientos sobre nuestra poca valía, egoísmo y esa fama horrorosa de no tener capacidad de amar o cuidar por no ser madres.

-Tu libro tiene aspectos muy duros: malos tratos y abusos en la infancia

-En Diario de un cuerpo dejé que mi cuerpo se hiciese palabra en uno de los momentos más duros de mi vida. Necesitaba comprender, y para eso siempre he necesitado escribir. Escribir desde el cuerpo, no a pesar de este, ni por encima de este. Escribir para nombrar los fantasmas que se cuelan por las costillas. Escribir como exorcismo. Como escritora, mi intención es ofrecer mi cuerpo como espejo en el que la otra pueda verse.