¿Dónde está la sal?

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Una cucharada de café. Esa es la cantidad máxima de sal que se puede consumir diariamente, según las recomendaciones de la OMS. Los españoles casi la duplicamos, y una parte del problema está en que el 72 % de la que consumimos está «escondida» en alimentos como panes, quesos, embutidos y platos elaborados.

30 abr 2017 . Actualizado a las 04:00 h.

No toda la sal es blanca y sale del bote. El problema del alto consumo de este condimento en España no viene exactamente de que le echemos mucha en la sartén a las patatas. Los españoles tomamos unos 9,7 gramos de sal al día, una cifra que casi duplica los 5 gramos diarios que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), de ahí que la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición (SEEN) recuerde la necesidad de que el consumo sea equivalente a una cucharada de café y asegurarse de que sea yodada.

El 20 por ciento de esta sal ingerida se añade en el cocinado-mesa y el 72 por ciento proviene de alimentos procesados (sal oculta), especialmente embutidos, pan y panes especiales, quesos y platos preparados, lo que contradice la creencia popular de que la sal visible representa un mayor porcentaje de la sal consumida.

A nivel general, se considera que el alimento contiene mucha sal si aporta más de 1,25 gramos por cada 100 gramos, o poca sal si aporta menos de 0,25 gramos por cada 100 gramos. Para saber cuánta aporta cada alimento, la SEEN recuerda que en el etiquetado aparece referido el contenido en sodio del alimento y, a partir de ahí, se puede calcular su contenido en sal multiplicando los gramos de sodio por 2,5.

El riesgo del consumo excesivo, según alerta esta sociedad científica, es que existen estudios que prueban la relación entre el consumo de sal en exceso y las enfermedades cardiovasculares, y existe también una asociación epidemiológica con otras enfermedades como la osteoporosis o determinados tipos de cáncer, advierten los expertos de este organismo.

Por ello, reconocen que una forma fácil para reducir la sal en la dieta es no añadírsela a los alimentos, a los guisos, o a las ensaladas y, en su lugar, reemplazar el sabor con hierbas, especias, limón, vinagre, pimienta o ajo; y no echar sal mientras se cocina sino al probar la comida.

Además, hay una amplia gama de alimentos con contenido reducido de sal que pueden sustituir a las variedades que habitualmente se consumen con más sal, cuya incorporación favorece el cambio a sabores menos salados sin que se aprecie gran diferencia.

Los especialistas recuerdan que la cantidad de sal consumida va en relación a la cantidad de alimento ingerido, por lo que no es necesario dejar de comer alimentos con alto contenido en sal sino simplemente hacerlo con menos frecuencia e intentar elegir la opción o marca que contenga menos.

Controlar el consumo de sal tiene beneficios directos para la salud. De hecho, un estudio publicado este año por The British Medical Journal (BMJ) aseguraba que una reducción de 10% permitiría salvar millones de vidas. Los investigadores calcularon que con campañas gubernamentales se podría frenar la importante mortalidad vinculada al consumo excesivo de sal por la módica suma de 0,10 dólares por persona.

Cerca de 1,65 millones de personas mueren por enfermedades cardíacas, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Hasta ahora, pocos países han evaluado el coste de la estratégica pública para intentar reducir el consumo de sal.

Un grupo de investigadores, dirigidos por Dariush Mozaffarian, calcularon este coste en 183 países, actuando de forma coordinada con la industria.

Los científicos también evaluaron el número de años de salud perdidos. Si se redujera el consumo de sal en un período de 10 años, se podría haber evitado perder cada año 5,8 millones de años de buena salud, con un coste de 1,13 dólares por persona.

El coste de los años ganados equivale a lo que actualmente se gasta en medicamentos para prevenir las enfermedades cardiovasculares, según concluyeron los investigadores.