Cuba: en taxi a ritmo de reguetón

Héctor Ares

MOTOR ON

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Así es la vida de Rocney, un conductor de un taxi «almendrón» en La Habana.

14 ago 2016 . Actualizado a las 05:20 h.

Además del reluciente sol que acostumbra a brillar en La Habana, el comienzo del día en la ciudad cubana lo marca también la puesta en marcha de los ruidosos motores de los miles de almendrones que cada jornada recorren las calles de la turística ciudad caribeña. Estos viejos coches anteriores a la revolución comunista de 1959 son hoy uno de los atractivos para los turistas que visitan la isla en busca de una aventura que les traslade al pasado y al mismo tiempo son también el único modo de vida para jóvenes como Rocney, el protagonista de este reportaje. En Cuba hay dos tipos de taxi, los oficiales del Estado y los almendrones, coches que los particulares explotan legalmente para el transporte de pasajeros por la ciudad. Algo así como el Uber comunista.

Un Pontiac desde 1958

Rocney es un joven de 30 años que como tantos otros se gana la vida conduciendo un viejo Pontiac de 1958 por las calles de La Habana. Su coche poco o nada tiene que ver con el modelo original importado desde los cercanos Estados Unidos de América. El motor de gasolina V8 ha dejado paso a un motor Perkins diésel de origen agrícola, que consume mucho menos y es más fácil de reparar, algo fundamental en un país donde conseguir piezas de sustitución es igual o más complicado que encontrar los alimentos básicos. La caja de cambios es otro de los elementos que se ha retirado para adoptar una de cuatro marchas que encaja mejor con el nuevo motor. La elegante tapicería que lucía el Pontiac Super Chief Sedán ha dejado paso a una floreada tela aprovechada de un retal de las cortinas de casa. Además, el volante de un Daewoo Matiz y el ventilador de mesa fijado en el salpicadero son los otros elementos que conforman el coche con el que Rocney se gana la vida.

Muchos jóvenes y no tan jóvenes han dejado a un lado sus trabajos, en muchos casos cualificados, para dedicarse a explotar sus almendrones al ritmo que marca el reguetón, que siempre atrona en los potentes equipos de sonido que no pueden faltar en estos coches. En el maletero hay sitio para el equipaje si lo permite el subwoofer, que en muchos casos ocupa más de la mitad del compartimento. Conduciendo sus coches para trasladar a los habitantes de la ciudad de un punto a otro, con rutas prefijadas que complementan a los escasos autobuses urbanos, pueden ganar un salario mucho más lógico que el que tienen la mayoría de cubanos. La explotación de un buen almendrón puede darles en torno a los 50 dólares al día, una fortuna si tenemos en cuenta que el salario medio en Cuba ronda los 20 dólares al mes.

Rocney pasa cada día entre 8 y 10 horas recorriendo las calles de La Habana con su Pontiac de 1958. Recoge a gente en el barrio de Marianao, les lleva hasta el Malecón y le cobra 20 pesos cubanos a cada uno. Uno, dos, tres, cuatro y hasta cinco personas llegan a montarse en cada viaje a medida que va haciendo paradas por la calle. Los pasajeros no se conocen entre sí, ni suelen mostrar interés por conocer a quienes les acompañan en ese asiento de banco corrido en el que, por supuesto, los cinturones de seguridad no han existido jamás.

Es mágico ver con la pericia con la que Rocney conduce su Pontiac de hace más de 50 años entre el siempre caótico tráfico de La Habana. Él es un afortunado porque ha podido poner a su querido coche un sistema de frenos de disco heredados de una furgoneta Mercedes Sprinter. La mayoría de sus colegas de profesión sueñan con poder tener algo así.

En cada movimiento Rocney demuestra que se sabe los trucos, conoce los ritmos y tiene controlada la ciudad. Cualquier otro estaría sudando para manejar ese coche de casi seis metros de largo sorteando los cientos de agujeros que hay en el asfalto. Él lo hace con soltura y naturalidad, es su forma de vida y está orgulloso de ello, ya que así puede alimentar a su familia con más recursos de los que pueden disfrutar la mayoría de cubanos. Los almendrones son hoy un atractivo turístico más en Cuba y lo seguirán siendo hasta que algo cambie en un país que, para bien o para mal, ha convertido sus calles en un museo (o un desguace) sobre ruedas.