Ante lo insólito

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

18 feb 2017 . Actualizado a las 00:10 h.

Mucho me acuerdo estos días, de nuevo, mientras sigue haciendo su camino este extraño invierno, de mi viejo amigo don Enrique, de Cal Pardo. Del hombre que, probablemente, más supo en este mundo del mariscal Pardo de Cela, del desaparecido monasterio de San Salvador de Pedroso y, por supuesto, de aquellos poderosísimos arcedianos de Trasancos que tanto mandaban, desde la catedral de Mondoñedo, sobre estas viejas tierras de Poniente en las que les escribo a ustedes y en las que Europa comienza. A fuerza de tener consigo, cada día, durante una vida entera, los documentos de uno de los mejores archivos de nuestro país -el de la propia catedral mindoniense-, don Enrique parecía trasladarse a veces, de alguna prodigiosa manera, al tiempo en el que aquellos maravillosos documentos se escribieron. Y bien sé que a ustedes les parecerá que exagero, pero les aseguro que era así. Las viejas tintas, los nobles pergaminos y los papeles de antaño están dotados de propiedades mágicas, y permiten no digo yo que desentrañar todos los secretos del pasado, pero sí al menos ver, detrás de los ojos, lo que hoy ya no sucede. Viene esto a cuento, creo, porque esta tarde tuve entre mis manos un buen número de cartas (manuscritas, algunas; y otras escritas a máquina, pero firmadas todas ellas) de Álvaro Cunqueiro, y desde entonces me parece estar oyendo su voz. Una voz bastante triste, por cierto. La creación es una cosa muy extraña. Yo, sin ir más lejos, cuando estoy ante las fotos de Vari Caramés, en concreto ante las de su colección Ventá ao insólito, que se expone en Afundación, siento más cerca el inmenso misterio que nos rodea.