La literatura ocupa lugar

josé antonio ponte far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

23 jul 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Desde hace tiempo vengo teniendo problemas con la ordenación de la biblioteca de casa, pues nunca logré encontrar un criterio fiable y eficaz. Pero últimamente el problema se me ha agrandado: el número de libros ha ido aumentando hasta un extremo que no es ya que estén desordenados, sino que no caben en las estanterías. Poco a poco van invadiendo la casa, desparramándose por los más insólitos rincones, con lo cual podemos llegar a un caos nada aconsejable para la vida diaria. Sé que este mismo problema está ocurriendo en muchos hogares españoles, cuyos propietarios, con una edad semejante a la nuestra, han ido acumulando una considerable cantidad de libros. Debe de ser que nuestra generación, que mayoritariamente creció en hogares con media docena de ellos en el armario, quiso resarcirse de aquella pobre escasez. Un profesor mío en la Universidad, también casado con una profesora de literatura, ha tenido que comprar un piso próximo al que habitan solo para guardar en él los miles de ejemplares acumulados. En una obra reciente, Donde se guardan los libros, Jesús Marchamalo visitó las nutridas bibliotecas de destacados escritores españoles, casi todos de mi edad, y se encontró con que este problema era común a todos ellos. Hay algunos, como Luis Landero, que abandona, una o dos veces al año, cincuenta o sesenta libros en un banco público de la plaza madrileña que tiene delante de su casa. Desde la ventana sigue atentamente la suerte de esos ejemplares y se alegra cuando algún viandante anónimo los hojea y acaba llevándose algunos debajo del brazo. Esta momentánea alegría vendrá a compensar la pena que sintió antes el escritor haciendo en su casa la penosa selección de los que iba a abandonar, pues todos los libros con los que has convivido, que has leído en alguna ocasión, que se han pasado años en la estantería de la sala haciéndote compañía, han acabado formando parte de la vida de uno y lamentas tener que desprenderte de ellos.

Lo malo es que esta cuestión del mayor espacio que se necesita cada año en las casas para tener organizados los libros es muy difícil de solucionar. Cuando llenas unas cajas con aquellos de los que crees que puedes prescindir, no tienes a quien donárselos. No hay nadie a quien le interesen. Las bibliotecas municipales o las de Asociaciones culturales no los aceptan porque a ellas les está pasando lo mismo: el espacio de sus locales empieza a quedarse pequeño y carecen de sitio para acogerlos. Pero, por otro lado, uno no puede dejar de comprar libros así de repente. «Hay que ir más a las bibliotecas institucionales, y leer los que allí tienen, que son muchos e importantes», me comenta un vecino que también se ve desbordado por ellos en casa y en el desván. Pero no es fácil, para lectores de mi generación, dejar de acudir a las librerías y renunciar a comprar ese libro que sabes que es bueno y que, aún por encima, al leerlo te regala el agradable olor a papel nuevo, recién salido de la imprenta, que te recuerda la grandeza de la literatura de toda la vida. Porque este mismo perfil de lector que damos muchos como yo no hace buenas migas con la tecnología aplicada a la lectura. Comprar libros electrónicos para leer en pantalla sería una solución a este problema espacial y físico que estamos sufriendo, pero nos exigiría una reeducación lectora que ya no estamos dispuestos a abordar.