La belleza de la tinta y una pequeña luz en medio de la oscuridad

Ramón Loureiro Calvo
Ramón Loureiro CAFÉ SOLO

FERROL

18 sep 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Habitamos una extraña época. Un momento de la historia (nuestro presente, nadie lo olvide, pronto será pasado) en el que a menudo se le exige al arte que se convierta en otra forma más de espectáculo. O, cuando menos, que se adentre, de manera decidida, en los territorios del entretenimiento. Pero no todo ha de servir para pasar el tiempo. Entre otras razones porque, como tantas veces hemos visto ya, el tiempo no solo pasa por sí mismo, sino que lo hace con una rapidez inquietante. Así que, quizás, lo más conveniente no sea intentar que los relojes —y, con ellos, los calendarios— aceleren el paso, sino todo lo contrario: procurar que el tiempo se detenga. La verdadera creación artística ha de servir, ante todo, para acercarnos al inmenso misterio que nos rodea, para permitirnos mirar más lejos. Tal y como Faulkner decía, la auténtica literatura —permítasenos insistir en ello— es como una cerilla encendida en medio de la noche: apenas ilumina nada, pero nos muestra la inmensidad de las sombras que nos envuelven. Hace unos días, la literatura —y, con ella, la cultura europea— perdía a un extraordinario escritor, Javier Marías. Un narrador formidable, que acabó sus días en este mundo sin recibir el Premio Nobel de Literatura. Como no lo recibieron, tampoco, ni Torga ni Tabucchi. Bien se conoce que ni siquiera la Academia Sueca acierta siempre. Marías, a diferencia de su admirado Juan Benet (que también se quedó sin Nobel, aunque lo merecía mucho, como lo merecieron Baroja, Pla, Vasili Grossman, Marina Tsvietáieva, Torrente, Marguerite Yourcenar, Cardoso Pires, Carlos Casares, Borges, Rulfo y Onetti), tuvo cientos de miles de lectores. De hecho, estoy seguro de que, aunque ahora ya habite la otra orilla del río, los seguirá teniendo. Pero, incluso siendo eso así —no se trataba de un autor minoritario, precisamente—, tengo la impresión de que no siempre se ha sabido ver, en toda su dimensión, la grandeza de su obra. A mí, particularmente, me parece que, sin Javier Marías, la cultura europea es más pequeña. Ahora mismo tengo junto a mí, sobre la misma mesa desde la que les escribo a ustedes, un libro que él tuvo en sus manos. Un libro por el que le estaré agradecido siempre, y en el que hay unas líneas escritas a mano por él, probablemente con estilográfica y, si no estoy equivocado, con tinta Montblanc Royal Blue. El libro no es, por cierto, una de sus novelas, sino su magnífica traducción de El espejo del mar, de Conrad, autor por el que Marías sentía verdadera devoción. Como también la sentía Casares, todo sea dicho de paso. El volumen incluye, a manera de prólogo, un texto de Benet en el que el autor de Volverás a Región habla, entre otras cosas, de cómo «a veces el estilo ha de desvanecerse». Miro la letra de Javier Marías, una letra que irradia fortaleza y solidez, y aún me parece mentira que se haya ido. Qué raro es todo, a veces.