Responsabilidad compartida

José A. Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL

16 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Hace un par de semanas que murió María Kodama, la viuda del escritor Jorge Luis Borges. En Argentina, el país de ambos, la opinión pública mayoritaria tenía un mal concepto de ella porque se la consideraba como acaparadora exclusiva de la obra del genial escritor y que se había preocupado más de sacarle beneficios que de expandirla por el mundo literario.

Ella era 37 años más joven que Borges, y hay ya una tendencia generalizada a desconfiar de todas esas mujeres, hoy viudas, que se casaron con hombres mucho mayores con un nombre consagrado en el mundo de la literatura. Contra la viuda de Alberti (44 años más joven) se llenaron páginas de la prensa nacional; contra Carmen Llera, la última mujer del escritor Alberto Moravia (47 años menos que él), se alzó unánime la prensa italiana; Marina Castaño (40 años menos), la segunda esposa de Camilo José Cela, estuvo en boca de toda la España del corazón y del chismorreo. Se les acusaba de secuestrar a los hombres con los que se habían casado, de apartarlos de sus amigos, de hacer trampas para quedarse con su herencia…

A mí, con independencia del grado de verdad o mentira que haya en cada una de estas historias, no me parece justo que se hable de la maldad de la mujer y de la inocencia del artista viejo y secuestrado. Supongo que cada uno de ellos tendría algo que ver con la elección de su esposa; no creo que cayesen por sorpresa en manos de pérfidas viudas vocacionales. La escogieron voluntariamente por algo que les gustó. Así, pues, responsabilidad compartida. Además, entre un hombre y una mujer siempre resulta muy peligroso trazar una línea de culpabilidad o de inocencia.

Y en el caso concreto de María Kodama, lo conoció cuando ella solo tenía 16 años, lo trató durante 36, y finalmente, se casaron unos meses antes de morir el escritor, en 1986. Borges tuvo, pues, tiempo y tiempo, incluso con un matrimonio de tres años por el medio (cuando tenía ya 68 años y estaba al borde de la ceguera, con Elsa Astete, una viuda, antiguo amor de juventud, de la que acabó divorciándose), para conocerla y para hacerla su esposa y heredera. Y conviene recordar que Borges tuvo una experiencia amorosa muy dilatada, aunque casi siempre frustrante. «Desde que tengo memoria, siempre estuve enamorado de alguna mujer. Han sido diversas, pero cada una era única. El amor ha sido una forma de revelación», escribió Borges. A pesar de lo que afirmaba, él era un hombre tímido hasta la tartamudez, nunca tuvo facilidad para acercarse al sexo opuesto. Idealizaba a la mujer amada como Dante había hecho con su inalcanzable Beatriz, una relación en la que el amor y el sexo se dan la espalda. Quizá porque su madre, Leonor Acevedo, con la que convivió durante casi ochenta años, ocupó siempre el centro de su vida personal y social. Según la asistenta que trabajó durante décadas para la familia Borges, el escritor «tenía una especie de matrimonio con su madre, que ejerció mucha influencia sobre él», afirma en el libro El señor Borges, que escribió a la muerte de este.

Pero a lo largo de todo el frustrante currículum amoroso de Borges estuvo siempre la figura de María Kodama. 36 años de relación como profesor y alumna, que terminó en boda unos meses antes de morir el escritor. Y no hay que olvidar que desde 1975, fecha en la que, con 99 años, muere la madre de él, ella fue el lazarillo de Borges y su inseparable compañera ocupando el lugar que dejó doña Leonor. Por admiración, cariño y paciencia, no creo que nadie hubiese merecido más que ella ser la heredera del patrimonio literario del gran escritor.