Torrente en Serantes

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

29 ene 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Un día como hoy, 29 de enero de hace 18 años, una multitud acompañaba a Torrente Ballester en su entierro en Serantes. Su larga vida se había ido agotando paulatinamente y por eso pudo disponer con tiempo dónde quería ser enterrado. Al final tuvo claro que sería en el viejo cementerio donde descansaba ya gran parte de su familia materna. En ese valle y en la casa familiar había pasado muchas horas de su niñez, y aquel mundo rural y sencillo, más cercano a la Edad Media que al siglo XX, aunque tan próximo a un Ferrol industrializado, fue para él una fuente de ricas experiencias y un fértil manantial para su imaginación. Por eso, entre otras cosas, no dudó en escoger su morada definitiva aquí, a pesar de que los últimos años los vivió en la culta Salamanca, donde estaban dispuestos a acogerlo con todos los honores para agrandar la fama de ser cuna y sepultura de grandes escritores españoles. Su entierro, un día radiante de sol, fue un acontecimiento social, político y literario, como nunca se había visto por estos lugares. Ministros, políticos nacionales y gallegos, académicos, escritores con un flamante premio Nobel ( Saramago) al frente, y lo que fue realmente espectacular: una enorme cantidad de ferrolanos y seranteños, reunidos allí para despedir al ilustre vecino, que, después de tantos años, volvía a la tierra de la que nunca se había olvidado.

Ahora, al recordar la muerte y el entierro de Torrente, me acuerdo también de Carlos Casares, a quien este año se le dedica el Día das Letras Galegas, y al que la muerte lo sorprendería unos dos años más tarde. Fue el primero en acudir a Serantes y se fue con el dolor de haber dejado allí a un gran amigo. Hablando sobre su amistad con Torrente, Casares contaba que tardó mucho en leer sus novelas porque sus prejuicios políticos le impedían interesarse por lo que escribiera un franquista, que, además, había estado afiliado a Falange. Hasta que un antiguo profesor suyo y buen amigo le habló un día del valor que había demostrado Torrente en 1962, cuando firmó, junto a otros intelectuales, un escrito de protesta por la brutal represión del gobierno de Franco contra las mujeres de los mineros asturianos implicados en una huelga. En ese momento Casares se enteró de que, por firmar ese escrito de protesta, Torrente había sido apartado como profesor de la Escuela de Guerra Naval, donde enseñaba Historia, y expulsado del periódico Arriba y de RN de España, medios en los que ejercía como crítico teatral. Y Casares acabó convenciéndose definitivamente de que Torrente era un hombre que valía la pena cuando leyó unas declaraciones suyas según las cuales en todo momento había sido consciente de lo mucho que arriesgaba firmando ese documento, pero «a veces, la dignidad tiene que estar por encima del miedo». A raíz de ese momento, Casares empezó a leer a Torrente y a convertirse en su primer admirador. Luego, la casualidad quiso que en los veranos fuesen vecinos en Nigrán, y durante veinte años fueron consolidando una buena amistad. Torrente era treinta años mayor que Casares, pero los años de diferencia no fueron obstáculo para que llegasen a ser verdaderos amigos. Coincidían en muchas cosas, pero sobre todo en que los dos eran inteligentes y bondadosos, y enormemente sencillos y humildes. Es decir, compartían las virtudes que distinguen a las grandes personas.