El rodillo del tiempo

José Antonio Ponte Far VIÉNDOLAS PASAR

FERROL CIUDAD

02 abr 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

Los dos ejemplares con que este periódico obsequió a sus lectores el domingo pasado merecen ser leídos y bien guardados. Suponen un repaso a la historia, grande y pequeña, de España de los últimos 135 años. Pero también, hojeándolo, uno se va dando cuenta de lo evanescente que es la vida, de la rapidez con que se suceden los acontecimientos, de la facilidad con que nos devora el tiempo.

 Se impone recordar aquellos versos («Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar»), de A. Machado, que nos alertaban ya de que nada es para siempre. Esta eterna lección de filosofía se puede encontrar en las páginas del doble suplemento, que registra noticias y personajes, espectaculares en su momento, y de los que no quedan hoy más que lejanos recuerdos. Ahí me encontré con una noticia en la que me tuve que detener. Imposible no hacerlo después de leerla. Es intrascendente en sí misma, pero ella sola resume toda esta impresión de levedad de la historia ante la máquina destructora del tiempo.

1965: el suplemento recoge la llegada de los Beatles a Madrid y la ilustra con una fotografía de los cuatro bajando del avión, tocados con una montera de torero. Actuaban en la plaza de Las Ventas y el espectáculo fue, como cada actuación suya, una gran locura de histerismo colectivo. Era el grupo musical más famoso del mundo; a donde iban, movían multitudes y generaban serios problemas de orden público. Todavía hoy las revistas especializadas en música consideran a los Beatles como los artistas de más éxito de todos los tiempos. El grupo se había formado en 1962 y actuó ante el público hasta 1966. Cuatro años. Los cuatro siguientes se dedicaron a grabar en estudios, hasta que en 1970 se separaron definitivamente.

En realidad, su presencia física como grupo fue muy corta, casi episódica: llegaron, triunfaron y se fueron. Pero su música quedó. Algunas de sus canciones sobreviven ya a varias generaciones. En España su consolidación fue más lenta que en otros países. En mi pueblo, igual que en todo el país, los jóvenes de mi generación los descubrimos más o menos en ese 1965 en que vinieron a Madrid. Conocíamos su actitud irreverente, sus gustos provocadores, su peinado largo, y por ahí empezamos a simpatizar con ellos. Venían a ser, para todos los adolescentes del mundo, un nuevo emblema cultural y, simultáneamente, para nuestros mayores, un escarnio y un mal ejemplo. En pocos años, su música innovadora, en la que importaba más el sonido que la letra, su actitud provocadora y su impacto cultural entre la juventud, cambiaron el mundo. Cuando ellos desaparecen como grupo, ya nada era igual: hubo como una modificación radical de las cosas, se implantó una descarada desenvoltura en las costumbres y, especialmente, en el modo de relacionarse los jóvenes. No digo yo que todo este cambio de planteamientos ante la vida que, históricamente, se sitúan en la década de los 60, se deba exclusivamente a los Beatles, pero sí que han contribuido a ello de forma decisiva. Para los de mi generación, adolescentes en aquellos años, encarnaban los ideales progresistas que habrían de conducirnos a un mundo nuevo, feliz y moderno. Ellos y su música eran ya la modernidad. Hoy, viéndolos en la página del suplemento, pienso en la facilidad con que el tiempo todo lo diluye y erosiona. Menos la melancolía, que me llevó a escribir este artículo.