«No basta con ser una leyenda, hay que seguir peleando»

FUGAS

Joan Báez, durante el concierto que ofreció el pasado 15 de marzo en Pamplona
Joan Báez, durante el concierto que ofreció el pasado 15 de marzo en Pamplona VILLAR LÓPEZ

Es historia viva de la música del siglo XX. Espejo en el que se miró una generación de mujeres que no quisieron quedarse calladas. La voz femenina de la revolución folk de los sesenta que trató de tú a tú (y algo más que eso) a Bob Dylan y que peleó junto a Martin Luther King por los derechos civiles. Más calmada con los años, pero todavía combativa, recala por primera vez en Santiago

29 jul 2019 . Actualizado a las 10:41 h.

Vale que a lo que viene Joan Báez a Galicia es a dar un concierto. Pero reducir a este icono cultural al simple término de cantante es quedarse muy corto. A pesar de su estatus de leyenda viva se muestra cercana e insiste en que poco ha cambiado de aquella niña que se fue a Nueva York a probar suerte con una guitarra hace más de 50 años. Arranca la conversación con el firme propósito de hablar de música y de historia y, sobre todo, de evitar preguntas sobre sus célebres relaciones sentimentales. Pero la charla cae inmediatamente en el terreno social, que es el que verdaderamente preocupa a Joan Báez. A la primera de cambio, le da la vuelta a la entrevista y es ella quien hace las preguntas. Le puede una curiosidad innata y una inquietud infinita sobre cómo está el mundo. Y a pesar de todos los esfuerzos, Dylan termina saliendo a flote.

-Se le recibe como a una leyenda, no solo de la canción, sino del activismo social. Vaya responsabilidad, ¿no?

-He aceptado un montón de responsabilidades desde que cumplí los 16 años, así que no pasa nada, no me preocupa [ríe]. Lo de ser una leyenda  supongo que está bien mientras sigas en activo. No basta con ser una leyenda, hay que pelear. Nunca me he rendido.

-¿Sintió alguna vez que le flaqueaban los ánimos?

-No. Al menos siempre he mantenido mis creencias originales, lo que es una bendición. Hablo de la acción política y personal, de la no violencia que pregonaba ya cuando era joven. Es cierto que ahora ya no recorro el mundo tratando de empezar movimientos y que paso más tiempo en casa pintando. Pero sigo estando en el borde de muchos movimientos en la medida que puedo. Creo que el secreto está en no haber esperado nunca demasiado. Mi nivel de expectativas fue siempre bajo, así que las decepciones han sido menores. Eso deriva de la educación que recibí en mi familia, incluso de mis creencias religiosas. Fui educada para hacer lo que puedo y lo mejor que puedo, no para creer en imposibles ni fijarme metas demasiado lejanas. Es lo que hay que hacer con la raza humana, capaz de comportarse de un modo terrible. Hay quien dice que aprendemos de nuestros errores, yo lo dudo. Tener esto claro me ha evitado decepciones que pudiesen hundirme. Estoy muy agradecida por mantener la capacidad de asombro. Todavía me conmueven las atrocidades que veo que ocurren por el mundo. Tenemos que conservar el convencimiento de que somos capaces de dar respuesta a eso. 

-Da la impresión de que en los sesenta había sensación de unidad, de tener un fin común por el que luchar. ¿Eso se ha perdido?

-Mira, en los sesenta había un montón de gente maravillosa haciendo una música maravillosa, y llegamos a tener cierta fuerza y poder. Pero créeme, no nos sentíamos parte de un movimiento. Al menos no en un principio. Eso no quita que te sintieses arropada por el resto, lo que te daba fuerzas para seguir luchando. Con el tiempo ves que las cosas no han cambiado como esperabas de joven y, con el único objetivo de conservar la cordura y no desesperarse, terminas conformándote y celebrando las pequeñas victorias, que esas sí las hay. En España han tenido recientemente un movimiento social con los indignados.

-¿Ha oído hablar de ellos?

-He estado leyendo sobre todo lo que pasó en Europa y más concretamente en España, aunque no me he implicado personalmente. Me gustará ver qué es lo que pasa con todo esto, porque ha tenido una traducción política, ¿no?

-Sí, han surgido plataformas ciudadanas que se han convertido en nuevos partidos políticos.

-Suena bien. ¿Formas parte de este movimiento?

-Bueno, yo no soy político...

-Ya, pero eres persona. Y ciudadano. Hay que implicarse. Resulta realmente preocupante leer noticias que dicen que en Europa esta resurgiendo la extrema derecha, así que lo que está pasando en España parece refrescante dentro de lo que cabe. 

-Usted tocó aquí recién muerto Franco. ¿Qué país se encontró?

-Fue un momento muy interesante para venir a España. Fue asombroso, porque Franco acababa de morir y la gente no terminaba de creérselo. Había mucha suspicacia después de cuarenta años de régimen. Es algo que he visto en otros países que han sufrido un cambio abrupto o una revolución: la cosa tarda en cuajar porque los ciudadanos no se fían. Pero de mis conversaciones con los periodistas se desprendía que había algo nuevo que estaba llegando, que el cambio se estaba efectuando y que había una ilusión detrás de todo aquello. Se respiraba libertad, a pesar de todo. Me gustó ver toda esa transición en primera persona, fue muy edificante.

-Siempre que ha pasado por aquí ha sorprendido en público con algún tema en castellano o, incluso, en catalán o euskera.

-Me encanta preocuparme por la cultura propia de los sitios que visito. Es un gesto, una muestra de respeto por los lugares que me acogen. Sé que la gente lo aprecia. Lo he hecho en todos lados, aunque en ocasiones me ha resultado especialmente difícil. Cantar en checo es complicadísimo. Me llevó una semana aprenderme la letra, ¡y eso que era solo un verso! [ríe]. Pero es el modo de llevarme algo, de aprender algo de cada lugar que visito. Por cierto, en Galicia tenía pensado interpretar una canción en gallego, también, pero no sé muy bien cuál. ¿Conoces Adiós ríos, adiós campos? ¿De dónde viene exactamente?

-Es Adiós ríos, adiós fontes. Es todo un clásico.

-¿Pero crees que es una buena opción para que yo la cante?

-Es una gran opción. Es un poema de Rosalía de Castro, una poetisa gallega del siglo XIX, un icono. Como usted.

-¡Ah, estupendo! No debía de haber muchas mujeres dedicadas a la literatura en su época, ¿no? Vale, pues voy a estudiar más sobre ella. La letra me parece preciosa, la verdad.

-Cantar en castellano, o en gallego, no le resultará tan complicado como el checo, al fin y al cabo su familia tiene raíces mexicanas y ya ha cantado varios temas, como Gracias a la vida, que aquí y en Sudamérica fue, probablemente, su mayor éxito.

-Es una canción maravillosa. La tocaremos, seguro. Pero, para ser sincera, mi hijo habla mucho mejor español que el que hablo yo actualmente. En la última gira estuve en Francia y eso me dio la oportunidad de retomar un poco mi francés. Pero el español lo tengo abandonado. Y lo lamento, porque es una de mis grandes asignaturas pendientes. Pero siempre tuve mucho que hacer, una vida muy compleja, que no me dejó tiempo para nada. Eso sí, a mi hijo, que está en la banda que viene conmigo en la gira, ya le he dicho que tiene que hablar español, al menos para que me haga las introducciones a las canciones cuando actuamos en un país de habla hispana [ríe].

-Vivió en primera fila la escena folk de los sesenta, de la que han trascendido muchos hombres y no tantas mujeres, a pesar de haber talentos enormes como el de Karen Dalton. ¿Había machismo en el ambiente o por parte de las discográficas?

-Sin duda tuvo que ser así para alguna gente. Cuando yo entré en el mundo del folk era algo muy pequeño, allá en Nueva York, y no había ningún tipo de diferencia entre hombres y mujeres. Claro que por aquel entonces no era nada comercial. Pero cuando cumplí los 19 la cosa empezó a ponerse de moda y empezaron a surgir las primeras estrellas. Para una discográfica, cuando eres un producto no importa en absoluto tu sexo o tu raza, importa tu rentabilidad, la cantidad de dinero que pueden hacer contigo [ríe].

-¿Hay algo que le guste en el panorama musical actual?

-La verdad es que no me preocupo demasiado por estar al día y conocer nuevos talentos. Si alguno llega a mis oídos, pues bien, pero nada más. Me gusta Hozier, tiene una voz fantástica, y adoro a Damien Rice. Además, puedo pasarme semanas escuchando solamente música clásica.

-¿Cree que actualmente se cuidan las letras de las canciones y el mensaje tanto como antes?

-Hoy en día puedes escribir letras maravillosas y canciones estupendas, pero es muy difícil que alguien te preste atención. En los sesenta la música tenía ese punto contracultural, underground, pero debido a la alta calidad de las canciones terminaron convirtiéndose en cultura con mayúsculas. Ahí tienes el ejemplo más claro en Bob Dylan, que lo enseñan los profesores en las escuelas. Pero eso ocurrió con la perspectiva del tiempo. Así que no podemos hablar todavía de la relevancia de lo que se está haciendo hoy en día. De todos modos, te diré que si me metí en el folk fue como reacción a la música chicle que se estaba poniendo de moda en los sesenta. Eso también puede pasar ahora.

-Pero en aquel entonces, y aunque fuera desde el underground, supongo que eran conscientes de que estaban haciendo algo relevante desde un punto de vista social y cultural. 

-Bueno, no sé si sería para tanto... Eso me recuerda a un chiste que me contaron en Turquía. Hablando de los Estados Unidos, un promotor de conciertos me preguntó si sabía cuál era la diferencia entre EE.UU. y un yogur. El segundo tiene una cultura viva (en inglés, living culture significa cultura viva, pero también se refiere a los organismos vivos que aparecen en la fermentación y que convierten la leche pasteurizada en yogur). Y eso es muy cierto. América no puede presumir de determinadas cosas.

-Usted incluso ha dejado de presumir de presidente.

-Creo que fue un error que cometimos todos. Nunca había prestado mi apoyo a candidatos a la presidencia. Pero supongo que vimos en Obama la oportunidad de celebrar una victoria. Por primera vez los segregacionistas no eran los vencedores, no se les escuchó, y eso les enfadó muchísimo. Así que emprendieron una campaña contra Obama y no han permitido que haga ni un solo movimiento, ha estado atado de pies y manos desde que llegó al poder. Desearía que jamás hubiese abandonado las calles para meterse en los despachos, porque en su momento vi en él la misma cualidad que vi en el Martin Luther King, ese modo de llegar a la gente. Al propio doctor King lo querían aupar a la presidencia, pero él  no lo permitió, se sabía más útil en las calles.

Santiago. Palacio de congresos y exposiciones. Sábado 28. 20.30 horas. De 38 a 42 euros