Un profesional

Jose Barreiro

FUGAS

«El luchador». Walter Hill, 1975

22 may 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Nadie recuerda ya a Walter Hill. A pesar de pertenecer a la misma generación de guionistas que desbrozaron el cine americano de los 70 (Lawrence Kasdan, John Milius, Robert Benton, Paul Schrader, Robert Towne) y trabajar para John Huston o Sam Peckinpah, Hill no obtuvo el mismo aprecio por parte de la crítica. Las dos primeras películas que dirigió (El luchador y The Driver) asombraron por su puesta en escena sobria y despojada, casi abstracta, su pulso narrativo y su nula admiración por la retórica. No hay discursos ni moralejas en sus películas. «... en esta industria uno no hace necesariamente lo que quiere hacer, sino lo que le financian. Y yo suelo ir donde me lleva mi trabajo». Así, la carrera de Hill fue acumulando películas irregulares y, poco a poco, diluyéndose y desapareciendo de las marquesinas.

Tampoco recuerda nadie a Charles Bronson, aquel tipo que fue a por su rostro a una cantera de pizarra y que suplía su parquedad interpretativa con una mirada que llena cualquier encuadre. A veces actuar es saber mirar. Ninguneado siempre por los entendidos, Bronson dejó un puñado de películas soberbias, entre ellas, El luchador. Su personaje, Chaney, es hombre de pocas palabras. Y todas cortas. Solo sabemos su nombre y que ya tiene cierta edad. Un veterano. Al inicio del relato, llega de polizón en uno de esos trenes que atravesaban la Gran Depresión -la película tiene algo de El emperador del Norte y de Aldrich- y sobrevive entre el lumpen de las peleas callejeras de Nueva Orleáns luchando a puño desnudo. «¿Qué se siente cuando se tumba a alguien?», le preguntan. «Se siente uno mejor que el que ha perdido». Chaney es una maravilla del pragmatismo. 

Resulta evidente que a Walter Hill le encantan el boxeo, el cine negro y los westerns. El protagonista es en realidad como un pistolero errante, sin raíces ni compromisos, y se conduce con el mismo silencio de samurai que posee Alain Delon en El silencio de un hombre. La ambientación y los escenarios de la película son formidables, y los colores parecen salidos de El golpe. Ambas películas retratan la Gran Depresión en dos estornudos y luego van a lo suyo, en el caso de El luchador se trata de un elogio del profesional sin nada que demostrar, sin postureo ni vanidad, y al que el mafioso local, tras perder una gran cantidad de dinero en la última pelea, le reconoce su oficio: «Amigo Chaney, ha sido un placer verte trabajar». Algo que nadie le dijo nunca, probablemente, a Charles Bronson.

Por qué verla

Por el ritmo con que Walter Hill dirige la historia, sin pretensiones intelectuales, solo nervio y concisión

Por lo bien que funciona la asociación entre el tipo lacónico que interpreta Charles Bronson y su mánager (James Coburn), corredor de apuestas charlatán y vividor