Luis Seoane, el pintor en lucha

FUGAS

El Marco de Vigo alberga una completísima y muy necesaria exposición de Luis Seoane titulada «Retrato de esguello». Comisariada por el director de su fundación, David Barro, la muestra recorre todos los aspectos que hacen de Seoane la figura clave de nuestra plástica. Nos ayuda a entender su pintura y su total compromiso con nuestra cultura

21 ago 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

Antes de que el arte contemporáneo cubriese con su pantone conceptual el dibujo, los pintores podían explicar su tránsito de la figuración a la abstracción en cuatro cuadros. Mondrian, por ejemplo, depura y fragmenta su pintura hasta hacer desaparecer el árbol, el bodegón o el molino. El viaje hacia la abstracción era celebrado como un proceso de sutil refinamiento. Como una epifanía. Había incluso algo jactancioso, como de superioridad intelectual. Seoane se resiste a seguir este simplón determinismo que ya se vislumbraba en su época. Para Seoane la figuración no es un sistema de representación. Es una cuestión de léxico. Y no hay nada más abstracto que el lenguaje. Un laboratorio de formas también puede ser un silabario. Un vocabulario personal que le ayuda a comunicarse por igual con su vecino que con el crítico más avisado. Las formas que Mondrian descompone carecen por completo de ideología. Son motivos que se desvanecen. Las formas que utiliza Seoane constituyen la memoria de un país. Un país abstracto.

Hay un océano entre Seoane y sus motivos. Es difícil sacrificar un recuerdo para abrazar la absoluta desnudez abstracta cuando esos recuerdos te conectan con lo que tú eres. Hoy el arte político es como construir un correcto bodegón de ideas para vendérselo al burgués con remordimientos. Seoane sí es profunda y verdaderamente político. No actúa como un individuo. No es Picasso. Seoane es además un pintor informado y de su tiempo. Sin complejos. Demasiada gente trafica con la nostalgia. Seoane no. Seoane habla permanentemente de los problemas de la pintura y se muestra beligerante con los manierismos y falsos enxebrismos, también con el post impresionismo. Quiere un lenguaje nuevo para hablar de lo viejo. 

Las soluciones a los problemas cambian. Pero los problemas siguen siendo los mismos. Seoane es decididamente contemporáneo. Contempla las soluciones de otros, de Giotto a Paul Klee, con inteligente transversalidad. Siempre mantiene la pintura a salvo de un cierto sentimentalismo vacuo que acecha en el desarraigo. 

Exiliado en Argentina tras la Guerra Civil, Seoane fue forzosamente separado de su tierra. Pero nadie puede desterrar los colores de una paleta. En la dolorosa distancia Seoane trabajó incansable por refundar la nueva pintura gallega. Quizás la primera digna de ese nombre. Entre todos ellos Seoane fue el más universal y su pintura puede ser disfrutada hoy por su calidad intrínseca. Logró lo más difícil: una voz propia y actual, pero que no renuncia al compromiso con un territorio, con sus tradiciones y leyendas. Con su idioma. Esta es la grandeza de Luis Seoane: jamás dejó de ser un pintor. Un pintor en lucha.

La exposición del Marco recorre y presenta con claridad todas estas inquietudes sin necesidad de una lectura cronológica o presentada atendiendo a las diferentes técnicas. De alguna forma es un inventario de todas las pieles de Seoane. Por eso el montaje es tan acertado. El mítico cartel de Cinzano presente en la primera sala introduce con claridad una de las claves de Seoane: su vínculo con las artes gráficas. Seoane se sirve de todos los canales posibles para democratizar su arte, de ahí su prolífica actividad como grabador, ilustrador  y editor. Pero además produce un trasvase de lenguajes. Su pintura se vuelve más sintética. Como si separase las tintas. La planitud en los campos de color transporta potentes calidades abstractas y las líneas que soportan el dibujo proponen el relato. No hay buena figuración sin relato. Seoane también escribe cuando pinta. 

En otra de las salas es el paisaje el que domina y ahí nos encontramos con un Seoane más físico, más visceral y telúrico. Los paisajes de Neuquén son un banquete de expresionismo, de esa enérgica pincelada que conecta el ojo con lo que ve, que bebe a borbotones de la experiencia directa. Un Seoane menos mental. Desbocado. La misma sala contiene otros paisajes mucho más introspectivos. Es capaz de pintar los paisajes que viven en la memoria. Capaz de pintar la idea de un paisaje. 

Seoane es más Seoane cuando pinta hacia dentro. Pero también brilla extraordinariamente como acuarelista, cuando la mano caliente debe moverse por el papel con un gesto certero y sináptico. De nuevo demuestra en estas piezas que la abstracción vive dentro. Cuanto más libre es la temática más veces aparece. 

El dibujo también está magníficamente presente en la exposición. Bascula entre la ingenuidad y un cierto hedonismo en la serie Homenaje a la Torre de Hércules y la ácida Paradojas de la Torre de Marfil. Entre las dos series hay una pérdida de la inocencia. En la primera hay un trazo desnudo y preciso. No hay duda. En la segunda hay un trazo que especula, a la manera de George Grosz. Parece como si el trazo que contiene más crítica tuviera que ser más sinuoso y nervioso. Menos limpio. 

Seoane habla por igual de la lucha que de la mansedumbre. Retrata escenas de una clase media adormecida y adocenada. Describe el fracaso de la utopía aunque trabaja sin descanso en su favor: en la cerámica, en los murales y en los tapices, Seoane demuestra su total disposición a lo colectivo. Introducir el arte en lo cotidiano es también un acto político. Seoane luchaba contra toda forma de elitismo. Pensaba, como muchos en su época, en un nuevo orden. Nunca llegó.

Luis Seoane. Retrato de esguello. Vigo. Museo de Arte Contemporánea. Hasta el 27 de septiembre