El psicoanalista ante la esfinge

FUGAS

En la biografía escrita por la historiadora Elisabeth Roudinesco, Sigmund Freud se sitúa en el lugar de un Edipo moderno capaz de vencer al monstruo de la destrucción. Es un genio vienés y a la vez muy universal, apasionado, lleno de contradicciones, en permanente debate consigo mismo y cuyo legado sigue vigente todavía hoy

02 oct 2015 . Actualizado a las 05:00 h.

No era fácil la tarea, firmar una biografía de Freud con todo lo que se ha escrito, verdadero, falso o simplemente especulativo, sobre él. Pero pocas personas estaban más preparadas que la historiadora, analista y judía Elisabeth Roudinesco, quien ya tenía una biografía sobre el sanpablo del psicoanálisis, Jacques Lacan, y había firmado decenas de libros sobre esta escuela, la filosofía o el judaísmo. Además, dirige un curso sobre la historia del psicoanálisis en la Universidad de París desde 1991 y para este trabajo accedió a los archivos de la Biblioteca del Congreso (Washington), abiertos desde el 2010.

El texto, por tanto, parte del profundo conocimiento de Roudinesco sobre los entresijos de la vida y la obra de Freud, y se trasluce en las cien páginas de las notas aclaratorias. Pero tan interesante como su minuciosidad es su afán de historiadora de afrontar la figura del vienés con objetividad, sin escapar de sus mezquindades o equivocaciones, que, en el plano político por ejemplo, fueron tan importantes como minusvalorar el daño que harían los nazis (en general, Freud consideraba el psicoanálisis como algo apolítico). Claro que también vaticinó el riesgo del descontrolado consumismo americano, y su fino olfato apuntó a que «el fanatismo poco realista» de los sionistas sería en parte responsable «de la desconfianza de los árabes» sobre Israel. 

El carácter científico de esta imponente obra se complementa con la vertiente intelectual y personal de Herr Professor, cuando Roudinesco lo pone frente a la esfinge, como un Edipo moderno capaz de entender lo que para el resto de los mortales es un misterio y vencer así al monstruo de la destrucción. Este gesto lo enfrenta a las verdades más íntimas, brillantes y dolorosas de su vida. 

¿Y cómo es el Freud de esta biografía? Una persona tan apasionante como contradictoria, por el que el lector acaba sintiendo admiración y a la vez perplejidad. Un hombre inevitablemente freudiano, con un entramado familiar que lo convertía, tal y como él se consideraba, en «mediterráneo» más que centroeuropeo. Su familia judía de Galitzia (hoy Polonia) imponía un endiablado árbol genealógico en el que su madre tenía la edad de su hermano mayor (de una primera esposa del padre) y Freud, la edad de sus sobrinos. En esa amalgama se entienden algunos prejuicios y hasta acusaciones, como el papel de su cuñada, Minna, considerada la amante del analista y que Roudinesco incorpora a la intimidad de la casa con la naturalidad de ese hogar intergeneracional.

Esta familia extensa absorbía incluso a los seguidores de Freud. No solo por el cariño que este tenía por sus discípulos, sino por su trato: les buscaba pareja, les analizaba a ellos (y ellos a los hijos de Freud) a sus mujeres y a sus descendientes, y además debatía con unos lo que los otros le confesaban en el diván. La indiscreción y el machismo propio de su generación, apunta Roudinesco, parecen una seña de identidad de este Freud también egocéntrico y autoritario, quien mantenía una correspondencia ciclópea (se calcula que escribió unas 20.000 cartas) con amigos y colegas. Estudiándolas, Roudinesco llega a la conclusión de que en su entorno Freud buscaba hermanos a los que amar para convertirlos en enemigos.

No era esta su única contradicción. Por ejemplo, amante de la cultura clásica, esperó a la madurez para visitar Roma porque sabía lo importante que iba a ser para él; o, defensor de la libertad sexual, a la que consideraba esencia misma de la actividad humana, fue célibe durante prácticamente toda su existencia porque no quería hacer cargar a su esposa con más embarazos (ocho en diez años) y carecía de verdadero impulso sexual. Herr Professor creía que esa energía no liberada se podía canalizar hacia el saber. Él sin duda lo ponía en práctica, con una vasta cultura y una pasión por el conocimiento tales que le llevaron a aprender español para poder leer a Cervantes.

Aunque resulta imposible simplificar las 450 páginas de la biografía, Roudinesco nos recuerda que Freud que apostaba por el autocontrol de las pulsiones (muerte y deseo) y el autoconocimiento (de los traumas o complejos) para poder aceptarse y a la postre, quererse.

Freud, en su tiempo y en el nuestro. BIOGRAFÍA. Elisabeth Roudinesco. Traducción de Horacio Pons. Editorial Debate. 624 páginas. 29,90 euros (ebook, 12,99)