Víctor Manuel: «Ganar un concurso en Ourense me salvó la vida»

FUGAS

Álvaro Ballesteros

Para celebrar medio siglo de profesión, el músico asturiano se ha embarcado en una extensa gira que revista los puntos más importantes de su carrera. Una mirada cariñosa a un cancionero mítico que la semana que viene hará parada en Santiago

05 feb 2016 . Actualizado a las 22:07 h.

Lleva dos años Víctor Manuel (Mieres del Camino, 1947) mirándose a sí mismo. Primero, con la grabación de 50 años no son nada, disco en directo que repasa su trayectoria. Segundo, con la edición de Antes de que sea tarde, su libro de memorias editado en noviembre del año pasado. Y, después, con la gira de presentación del disco, la que lo trae a Santiago el próximo 13 de febrero. Será un reencuentro con halo de grandes éxitos. «Siempre hay unas canciones que uno considera infalibles, que el público siempre espera. Después hay otras intermedias, que las vas metiendo un poco a capricho. Algunas hace 30 años que no las cantaba», explica el artista.

-Semeja que está haciendo recuento musical y literario de su vida. ¿Cómo se ve?

Estaba esta mañana con unos amigos y me decían: «¡Pero qué cantidad de páginas te has mangado, tío!». Pues tengo muchas más cosas, no he querido meterlo todo [risas]. En perspectiva, tengo la impresión de que, con mis altos y sus bajos, he sido razonablemente feliz. He vivido muy bien de mi trabajo, únicamente. Y me reconozco, en los éxitos y los fracasos.

-¿En qué ha fallado?

En muchas cosas. Lo primero, debería haber estudiado más música de joven. Seguramente debería haber leído más libros de los que he leído. No sé, todos los fallos vienen por ahí. 

-¿No hay algún disco suyo que no debería haber salido? 

Muchas canciones, seguro. Siempre digo, como una especie de boutade, que aproximadamente el 10 % de las cosas que he hecho están bien. Habrá quien piense que son más y otros que menos. Pero poder decir de ti mismo que tienes 50 canciones que puedes defender en cualquier sitio son muchísimas canciones. 

-Es crítico con su época  setentera. Dice que la política tapaba la música. ¿Lo mantiene? 

Sí, la verdad es que sí. Pero seguramente si volviese atrás lo repetiría todo igual. Ahora, visto en perspectiva, considero que la música se resintió especialmente. Pero yo quería estar en esa pelea, en ese instante preciso de este país, y ponía todos los medios para estarlo. Cuando estás en el fragor no te estás dando cuenta de lo que está pasando.

-¿Había una sensación de peligro adrenalínico?

A  veces, porque el peligro me rondó cercano. Pero es más la adrenalina que descargas que los inconvenientes. Ahí estás viviendo el momento, no valoras mucho más.

-Estamos en un momento en el que se recupera el papel del músico político. ¿Le genera déjà vu?

Pues la verdad es que sí. Cuando escucho canciones de otros compañeros y veo qué cosas meten en las canciones, por un momento me convierto en el abuelo cebolleta y digo: «¡Eso ya lo hice yo hace 40 años!». Pero cada uno tiene que vivir el momento que le toca vivir. Me parece muy positivo que la gente que quiera escarbar por ahí que lo haga. Yo estoy una fase en la que toco temas más genéricos. 

-Su historia es un clásico: chico de pueblo quiere ser artista y se larga a Madrid. ¿Cómo dio el paso?

Con 14 años lo decidí, como si fuese algo sencillo. No sabía ni componer ni cantar. Pero yo creo mucho en la voluntad de la gente, en la energía, en escuchar y aprender de los demás. Yo sabía lo que me gustaba, sabía a qué conciertos tenía que ir, aunque fuera muy joven. Todo eso fue un período de aprendizaje sensacional. 

-Es sabido que conoció a  Ana Belén en A Coruña. No lo es tanto un triunfo suyo muy importante en un festival ourensano. ¿Lo recuerda?

Claro, ganar un concurso en Ourense me salvó la vida. Era el Festival del Miño en 1967.  Yo llegué allí como un paria con una cancioncilla que se titulaba Lazos azules y rosas. Y, de repente, gané el primer premio. Me dieron 100.000 pesetas, que eran una fortuna. Con ese dinero me encerré en casa y me puse a escribir canciones. La hornada fue El abuelo Víctor, Paxarinos, La Romería, La Planta 14... Mis primeras canciones conocidas 

-Permanecía entonces muy apegado al folclore todavía.

Sí, y a la tierra. Todavía tenía una nostalgia feroz de Asturias. Tenía ganas de volver siempre. Recuerdo componer alguna y llorar al mismo tiempo. El caso de El abuelo Víctor pensé que era imposible de grabar porque una cosa tan personal que me parecía imposible que interesase a nadie. Fue un año y medio de rumiar todo eso en una habitación.

-¿Siempre ha sido muy colaborador?

Sí, nunca nadie me ha dicho que no [risas]. Estoy muy orgulloso y de lo felices que se van ellos. Solo llamo a quien admiro y me pongo en segundo plano por ello.  

-¿Con quién le hubiera gustado colaborar que no lo haya hecho?

Seguramente con los grandes cantantes franceses. Charles Aznavour o Jacques Brel. 

-¿Esos cantantes le ayudaron a buscar una voz propia?

Me influyó mucho un cantante asturiano: El Presi. Cantaba tonadas, pero también hacía caxigalines. Son esas pequeñas canciones como Asturias Patria Querida, piezas leves y ligeras, que cantas por la calle. Pero también esos cantantes franceses, por supuesto. Descubrí con ellos que no había que tener una voz engolada ni académica para cantar, sino que podías transmitir cosas con una voz imperfecta y con personalidad.

-¿Esa manera de cantar suya pide estar «dándolo todo» siempre?

Claro. Nunca he sabido cantar de otra manera. Cuando  canto voy al límite de mis posibilidades y trato de hacer creíble algo que se me ha pasado por la cabeza. Ese es el secreto de una carrera larga: ser creíble y tener canciones. 

-Entre finales de los setenta y principios de los ochenta editó sus mejores discos. ¿Está de acuerdo? 

Tuve un período muy bueno, que arranca con Soy un corazón tendido al sol, en 1979, y que va hasta el año 85. Esos discos no tienen desperdicio. Se pueden comprar a ciegas. En esa época debía estar inspirado yo. Pero, además, trabajé con grandes arregladores italianos e ingleses que me ayudaron mucho.

-Sorprenden hoy en día. Hay sintetizadores, psicodelia y un sonido muy vigente. 

Eran músicos extraordinarios, y eso se nota. Dentro del mundo de un cantautor era muy arriesgado. A veces he tenido vértigo con los arregladores y muchas dudas. Pero, al final, me he dejado ir.

-Ahí surge una canción perfecta: «Solo pienso en ti». ¿La ve como su mejor pieza?

No sé si la mejor, pero sí la que más alegrías me ha dado. Por lo que significó en su momento y por los avances que ha tenido la discapacidad, a los que esa canción ha contribuido en una mínima parte, porque los héroes de verdad son las familias. Yo leí una noticia de dos discapacitados que trabajaban en una residencia y, al terminar, se agarraban de la mano y paseaban por el jardín. En su momento la prensa hablaba de chicos «con problemas». Era un tabú que dos discapacitados, como Mari Luz y Antonio, se pudiesen enamorar. A veces pensamos que nada cambia. Pero esto demuestra que la sociedad ha avanzado mucho.

-¿No cree que eso, en el fondo, también es política?

Sí, lo es. Todos los políticos deberían sentirse interpelados cuando hablamos de la discapacidad. Ningún gobierno ha hecho lo suficiente por ellos. Pero cuando yo me refería a lo político hablaba de algo más directo. Cuando Fraga dice que si La Pasionaria vuelve a España él no tiene policías, a mí lo primero que se me ocurre hacer es: «Sí, veremos caminar a Dolores en las calles de Madrid». Pero trasladada al presente no tiene ningún sentido, porque la gente no sabe ni de qué le hablas.