Ya no se puede más

Luís Pousa Rodríguez
Luis Pousa PERIFERIAS

FUGAS

10 mar 2017 . Actualizado a las 11:32 h.

Tres tristes tigres, la gran obra maestra de Guillermo Cabrera Infante, cumple medio siglo. No siempre se tituló así. Primero se llamó Vista del amanecer en el trópico. Y con ese título ganó el Premio Biblioteca Breve en 1964. Ya entonces Cabrera Infante había sido expulsado del paraíso terrenal por los guardianes de la Revolución cubana. Exiliado, huyendo del castrismo, en Madrid chocó con la censura franquista, que paralizó la publicación de aquella primera versión de su novela. «El contenido de todas esas narraciones es pornográfico a veces, irrespetuoso otras, procaz siempre. Dada la manera como está concebida la narración no admite tachaduras y habida cuenta de la tendencia marxista esencial en la intención del autor, no debe autorizarse», se despachó el censor en su informe.

El prosista aprovechó la ocasión para rehacer el texto y convertirlo en Tres tristes tigres, que vio la luz finalmente en 1967. Y esos cincuenta años son los que celebra Seix Barral con esta edición conmemorativa, en la que se incluye material extra como los documentos en los que la censura demolía la novela.

Para su autor, esta narración era «una broma que dura quinientas páginas». Por supuesto, es mucho más que eso, aunque el humor inunda las arterias del relato para insuflar vida a una ciudad, La Habana, a la que Cabrera Infante ya nunca volvió, pero que nunca dejó de ser suya. Y que nunca dejó de ser el personaje último (casi único) de toda su obra. Tres tristes tigres es La Habana. Es el bullicio de sus gentes. Es su habla. Y, cómo no, es su música.

Desde su exilio final en Londres, a Guillermo Cabrera Infante le gustaba ironizar sobre la paradoja de que la censura española le había hecho en realidad dos favores: el primero, ya está dicho, al obligarle a reescribir Vista del amanecer en el trópico. Y el segundo, ya en 1967, al modificar el remate de la novela. El texto sin censurar acababa con un monólogo plagado de referencias religiosas. El censor fue tachando aquellas frases, pero salvó de la quema una sentencia: «Ya no se puede más». Y así acabó, y acaba 50 años después, Tres tristes tigres: Ya no se puede más.