En el cielo de Dickens y Chesterton

FUGAS

31 mar 2017 . Actualizado a las 05:50 h.

Siempre me he preguntado cómo se escriben los libros a cuatro manos. Un libro no es un piano donde se puedan repartir las teclas. ¿Las páginas pares para mí y las impares para ti? ¿Un capítulo cada uno? Escribir es un acto tan personal, íntimo e intransferible -tal vez el gesto menos colectivo que uno pueda imaginar- que nunca dejarán de sorprenderme los títulos firmados a medias.

Y, sin embargo, algunas de estas obras son memorables. Sucede con Introducción a la literatura inglesa, un pequeño volumen escrito por Jorge Luis Borges y María Esther Vázquez que se ha convertido en una de esas rarezas bibliográficas que los lectores persiguen en las librerías virtuales de Internet. Hay que volver a este exquisito ensayo por muchos motivos. Para recordar a María Esther Vázquez, una porteña que, como recordó aquí Luís González Tosar, se autodefinía como «una gallega suertuda», y que nos dejó esta semana a solas con sus títulos y sus recuerdos. También podemos regresar a Introducción a la literatura inglesa para tratar de entender -mínimamente- al pueblo británico, que está recogiendo sus bártulos para dejar la Unión Europea, pero no Europa, porque, como decía una legendaria pintada en el Orzán coruñés, Europa es un camino, no un despacho.

Y, sobre todo, hay que entrar de nuevo en estas páginas porque regalan una de las mejores formas que conozco de invitación a la lectura. Al hablar de Dickens, no sé si Borges o Vázquez escriben cosas así:

-Dejó inconclusa una novela policial, El misterio de Edwin Drood, de la que dijo Chesterton que solo nos será relevado el enigma cuando nos encontremos con Dickens en el cielo, y que lo más probable es que este ya no lo recuerde.

De Chesterton, recuerdan su abatimiento inicial, del que «lo salvaron Whitman y Stevenson». «Algo quedó en él, sin embargo, que propendía a lo horrible», por eso subtituló Pesadilla su novela El hombre que fue jueves. Y Borges y Vázquez, a cuatro manos, nos rematan con una sola frase: «Hubiera podido ser un Edgar Allan Poe o un Kafka; prefirió -debemos agradecérselo- ser Chesterton».