Tercera visita de Dylan al cancionerio clásico previo al rock n' roll

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El autor de «Like a Rolling Stone» vuelve a rebuscar en la era de las «big bands», los «crooners» y el romanticismo de terciopelo. Eso sí, ahora con un álbum triple

17 abr 2017 . Actualizado a las 17:01 h.

No fue un capricho aislado. Shadows n the Night (2015), el disco en el que revisaba diez temas míticos interpretados en su día por Frank Sinatra, tuvo una segunda parte con Fallen Angels (2016). En una suerte de «venga, el más difícil todavía» Bob Dylan ha sublimado este año la extravagancia con Triplicate: un triple álbum que reúne 30 grabaciones de clásicos de la música americana de los años treinta, cuarenta y cincuenta. Por minutaje, podría haber sido doble. Sin embargo, lo ha troceado en capítulos de media hora, estableciendo una secuencia en la que transcurren una decena de canciones sobre la pérdida, otra acerca del amor real o imaginario y una última que lo ve todo desde la distancia.

Son piezas de compositores como Charles Strouse y Lee Adams, Harold Arlen y Ted Koehler, Harold Hupfield y Cy Coleman y Carolyn Leigh. Forman parte de ese cancionero norteamericano que precedió a la explosión del rock n’ roll. Dylan justifica su viaje apelando a la calidad del repertorio, pero sobre todo a la sensación de aprehender su esencia. «Estas canciones son algunas de las más desgarradoras grabadas y quería hacerles justicia. Ahora que las he vivido las entiendo mejor», explicaba el músico en la entrevista que hizo con Bill Flanagan el mes pasado. «No me había dado cuenta de lo mucho que la esencia de la vida está en ellas: la condición humana, cuando perfectamente están entrelazadas las letras y las melodías y por qué son tan relevantes para la vida cotidiana», añadía.

Sí, nos encontramos ante uno de esos viajes hacia el latir de las cosas. Ya lo hizo con Good As I Been to You (1990) y World Gone Wrong (1993), dos álbumes entregados al folk con el que creció. En esta ocasión toca la era de lo crooners, las big bands y esas canciones escritas para otros que, a veces, terminaban en un filme inmortalizadas para siempre. Es el caso de As Times Go By de Casablanca. Dylan la revive entre el steal-guitar, las escobillas y esa voz con carraspera. Existe aquí una cierta sensación de embriaguez en el músico que saborea las líneas maestras con su sonido actual. Y se extiende por todo el trabajo.

Dylan se acompaña de la banda de sus últimos tiempos (Tony Garnier en el bajo, Charlie Sexton y Dean Parks en las guitarras, Donnie Henon en la guitarra steel y George Receli en la batería). Les añade un suplemento de vientos, que aparece y desaparece a medida que los discos se van sucediendo. Jack Frost firma una producción que insiste en el acabado mate de los dos discos precedentes. No se trata, según él, de un viaje nostálgico, sino de la posibilidad de alcanzar esas canciones y traerlas aquí y ahora.

El resultado ha indignado a algunos de sus seguidores. Piden a Zimmerman que clausure de una vez este capítulo recreador, que vuelva a su senda y deje de provocar bostezos. Sin embargo, otros admiran este inesperado movimiento por lo que tiene de singular, revelador y talentoso. Escuchándolo en Braggin’, comandando su pequeña orquesta; en I Could Have Told You, jugando a asentar su voz puñetera en el contrabajo; o cantando con puntual toque felino el Sentimental Journey, todo invita a bajar la luz, ponerse los auriculares y disfrutar de un trabajo quizá caprichoso y menor, pero muy apreciable y, por supuesto, disfrutable.