Todo lo que se escondió tras la Ruta del Bakalao

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El periodista y DJ catalán ha sacado a la luz la efervescencia que vivió Valencia en los años ochenta. Una historia sorprendente que, por supuesto, va muchísimo más allá de Chimo Bayo

14 abr 2017 . Actualizado a las 13:51 h.

Existe un bacalao con c y otro bakalao con k. El primero es «el término que manejaban los DJ’s de la época en Valencia para referirse a la música de baile de calidad». El segundo corresponde a la llamada Ruta del Bakalao, una expresión que en la zona «ni el público y los protagonistas de todo aquello usaban, sino que vino dado desde fuera». Quien lo afirma es Luis Costa, periodista y DJ desde 1994, que ha investigado en lo que ocurrió en la cultura pop valenciana de los ochenta y noventa. Para arrojar luz. Y para deslumbrar.

El resultado es ¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia 1980-1995, un libro editado por Contra en el que da voz a las personas que convirtieron la costa valenciana en un burbujeante caldo musical. Allí, mucho antes de que la Ruta del Bakalao ocupase las páginas de sucesos de los periódicos y subproductos como Los Pitufos Makineros musicasen la degeneración total de toda la escena, ocurrieron cosas muy importantes, y generalmente desconocidas. Conciertos de los Killing Joke a las siete de la mañana; sesiones de música, empujadas por la mescalina, en las que se pasaba de The Meteors a Simple Minds o Psychic TV, con total naturalidad; actuaciones de bandas como The Stones Roses o Happy Mondays, en su época de gloria; gente de la farándula que acudía desde Madrid; o sesiones de baile matutino donde las niñas bien de Valencia le decían a sus padres que iban a correr y empezaban la fiesta a las nueve de la mañana del domingo.

¿Por qué no había trascendido? «De alguna manera, ellos quisieron mantener protegida toda esta escena. Eran conscientes de que tenían algo bastante único y especial entre manos», señala Costa. Esos «ellos» son los responsables de discotecas como Barraca, Spook Factory, Chocolate, The Face, Puzzle o N.O.D en donde germinó una escena de club totalmente pionera. En el libro, por ejemplo, se relata el momento en el que el Fran Lenaers empieza a pinchar música pop con mentalidad techno a mediados de los ochenta. Cuatro años antes del bum de Ibiza y cinco, de la escena de Manchester. «Estoy convencido de que, haciendo una investigación a fondo, a nivel europeo y mundial encontraríamos a pocas figuras que respondieran a esta revolución técnica tan vanguardista», apunta Costa.

Lenaers, que luego fundaría Megabeat con Julio Nexus y Gani Manero, es uno de los nombres clave de todo este embrollo. Desde esas mezclas, en las que pasaba de Death In June a Waterboys con Patti Smith en medio, se abrió el camino hacia la electrónica total. «Luego está la figura de Germán Bou -recalca Costa-, un productor que venía de la escena rock, pero es uno de los primeros que configura un estudio de música profesional para hacer música electrónica. Él llega a producir mucho material, entre ello temas de Chimo Bayo».

EL DECLIVE

El gran icono bakala, Chimo Bayo, rehusó salir en el libro. Muchos lo señalan, sin embargo, como símbolo de la decadencia. En general, se habla mucho del desfase de los años ochenta. Y poco del de los noventa. Pero ser número uno con una canción tan abiertamente pro-drogas como Así me gusta a mí, que sonaba en todas partes, supone uno de los momentos delirantes de la música en este país. «Así era la España de la época», se ríe el autor del libro. «Él aprovechó un espacio que se había abierto y tomó este camino. Con Germán Bou hay una buena producción. No sé si él es la figura clave o no. Si vendió un millón y medio de ejemplares del Así me gusta a mí supongo que sería por algo. Pero ahí se quedó también. Yo creo que el declive es algo mucho más general, de una industria que no cuidó sus valores culturales y derivó en algo mucho más pobre».

Entonces, a partir de 1993, a Valencia se la miraba con la lente de la Ruta del Bakalao. Las alarmas se disparaban. En la televisión se relataban fines de semana de fiesta sin fin, alimentados con drogas sintéticas. «Los medios entraron de manera muy sensacionalista, en mi opinión», comenta Costa. «La música cada vez iba perdiendo calidad y aumentan la rapidez y la dureza. Se impone una copia de segunda, tercera o cuarta generación del hardcore europeo. Es gente joven que desconoce esta escena anterior. No ha asistido a conciertos que luego bailará en las discotecas. Todo coincide con drogas de peor calidad y se crea un cóctel explosivo».

La mecha aguantará unos años más. Luego, la penitencia. Y dos décadas después esta reveladora mirada a lo que la mayoría no pudo ver. Se trata del bacalao. Pero, ojo, con c, no con k.