El mundo que viene

FUGAS

cedida

La tecnomedicina y la uberizacióndel mundo transforman nuestras vidas

09 jun 2017 . Actualizado a las 05:30 h.

Leer el libro de Luc Ferry que hoy les presento supone una experiencia vital inolvidable, de esas que transforman al lector. Y es que Ferry -filósofo francés de larga trayectoria, ensayista de fuste y político fugaz- ha escrito una obra imprescindible para entender el mundo del futuro, en gran medida ya presente. Un nuevo mundo, analizado por el autor con una claridad sólo comparable a su pasión, que será el fruto de lo que él denomina la revolución transhumanista: «Un amplio proyecto de mejora de la humanidad actual en todos sus aspectos, físico, intelectual, emocional y moral, gracias al progreso de las ciencias, y en particular de las biotecnologías». Una revolución que, con el apoyo de grandes medios científicos, impulsa «las nuevas tecnologías y el uso intensivo de las células madre, la clonación reproductiva, la hibridación hombre/maquina, la ingeniería genética y las manipulaciones germinales, las que podrían modificar nuestra especie de una forma irreversible, todo ello con el fin de mejorar la condición humana». Tal descripción nos coloca ante el primero de los dos grandes temas de la obra: el paso del paradigma médico terapéutico, según el cual la finalidad de la medicina es curar, al paradigma mejorativo de los transhumanistas, para quienes el objetivo de las ciencias biomédicas no es solo reparar lo que las enfermedades han dañado, sino también perfeccionar al ser humano, superando los límites y barreras impuestas hasta ahora por la naturaleza. Ferry se sitúa aquí en la posición del analista prudente, que, reconociendo los profundos problemas éticos que sin duda plantea el proyecto transhumanista, defiende la necesidad de huir de las soluciones binarias, ingenuas o catastrofistas: «Hablar de pesadilla transhumanista -escribe nuestro autor- es tan profundamente estúpido como hablar de la felicidad o la salvación transhumanista.

Todo es cuestión de matices, o, por decirlo, más claramente, de límites». Esa es la razón por la que dedica uno de los tres capítulos de su obra a destripar en profundidad el debate entre bioconservadores y bioprogresistas con la finalidad de explicar los argumentos de unos y de otros y defender su propia tesis sobre la necesidad de una regulación equilibrada. Pero Ferry, como bien indica el subtítulo del libro, no solo se ocupa de la tecnomedicina, sino también de otro gran tema que en principio podría parecer completamente diferente: la uberización del mundo, es decir, los cambios derivados de la expansión imparable de la llamada economía colaborativa que ha nacido de la mano de fenómenos como Uber, Airbnb o Blablacar. Tras explicar la relación entre ambas realidades -el avance científico y técnico ha sido también decisivo en el ámbito de la economía y el comercio y, del mismo modo que en las ciencias médicas, ha derribado las barreras (enclosures) que parecían propias de la naturaleza- Ferry profundiza los efectos, previsibles o ya reales, de esta nueva revolución industrial provocada por el Internet de los objetos conectados, aunque ahora lo hace desde una perspectiva profundamente crítica. Y ello, porque frente a los que consideran esa revolución un liberador comienzo del fin del capitalismo, nuestro autor defiende que la economía colaborativa, con su falsa gratuidad, «nos hace entrar en una era del capitalismo más salvajemente competitiva que nunca». Por eso no es casual que, de nuevo, y como antes en relación con los avances biomédicos, Ferry defienda la necesidad de la regulación, temática central a la que dedica el capítulo de conclusiones de su obra.

Tras la lectura del libro de Ferry, de una riqueza y complejidad que es imposible resumir en una brevísima reseña, le quedará a muchos lectores españoles un regusto amargo que resulta fácil de explicar. El mundo cambia a gran velocidad en aspectos esenciales para el futuro de la humanidad mientras España se hunde más y más en un debate -el de las naciones- de hace una centuria. El mundo avanza hacia el futuro y en España la obsesión es engolfarse mirando hacia el pasado. ¡Ahí es nada!