La pesada carga de los antepasados

HECTOR. J PORTO

FUGAS

Ramón Saizarbitoria incide en este libro en las preocupaciones que ya mostraba en obras anteriores

23 jun 2017 . Actualizado a las 05:20 h.

El pasado, la historia, la memoria, la culpa, el conflicto ideológico, la guerra, el amor, el azar, las mujeres, el voyeurismo, la enfermedad, la soledad, la muerte, la literatura, el juego metaliterario… Son algunos de los temas sobre los que vuelve con frecuencia la obra de Ramon Saizarbitoria (San Sebastián, 1944), un narrador que no habría necesidad de explicar quién es si en España el sistema de lenguas cooficiales estuviese plenamente normalizado, legitimado y aceptado, como tampoco precisarían presentación Cunqueiro, Rosalía, Pla o J.V. Foix.

La última novela traducida del euskera del autor guipuzcoano, La educación de Lili [Lili eta biok, 2015], incide en las mencionadas preocupaciones, como lo hacía Martutene (2012), aunque quizá no alcanza la monumental dimensión literaria de esta. Ya en Martutene estaba ese espacio ficticio, trasunto del pueblo vasco más rural, Otzeta, de donde procedían los personajes principales, que hace contrastar con el mundo urbano donostiarra, y que aquí representa de forma significativa el pasado, los sucesos del frente guipuzcoano de la Guerra Civil pero también el origen de una historia de amor que pone en tela de juicio la división de ambos bandos y las convenciones sociales de la época (el cruel desprecio por las madres solteras). De algún modo, en uno de esos juegos que practica el narrador, estaba también en Martutene Faustino Iturbe: allí como criatura de ficción en la novela en la que trabaja uno de los personajes centrales, el escritor Martin; aquí como protagonista, como motor del relato.

Verdad histórica

Iturbe, psicólogo fracasado y escritor, muy enfermo, conoce casualmente a una adolescente, Lili, en una relación de complicidad que crecerá alrededor de la investigación del pasado que iniciarán mutuamente alentados por la fuerza seductora de casualidades que les salen al paso y otras que van rescatando de la memoria. Saizarbitoria elige este modelo (el viejo y la jovencita) para sortear una brecha generacional que impide una comunicación fluida y entregar el legado de un conocimiento -la verdad histórica, tan vapuleada en el País Vasco y a la vez tan compleja- que ha de resultar imprescindible para construir un futuro mejor. Y no solo por esa verdad sino también por el ejercicio de aliviar la carga de lo malo que hayan podido hacer los antepasados de uno.

De entregarse a la solemnidad, esta tarea fracasaría con estrépito, pero el novelista sabe establecer una distancia con lo narrado, construida sobre un humor sutil, que logra que los hechos calen sin efectismos, sin esfuerzo, como quien desgrana un cuento alrededor del fuego del hogar. Sus historias se entrecruzan en una alambicada arquitectura, pero, pese a su carácter fragmentario y azaroso, el relato de Saizarbitoria afronta la realidad vasca con bastante valentía, y, sobre todo, no de forma aislada sino con profundidad, amplitud, sosiego, inteligencia e introspección.