Por qué volver a ver «Grease» con tu hijo adolescente

a. abelenda

FUGAS

cedida

Para bailar. Para volver atrás una hora y que él se ría de ti. Por el «lache» que dan los estereotipos... y las verdades que cuentan y hoy te cuesta admitir. Por ver a Rizzo de una manera diferente. Por constatar que por algunas pelis no pasa el tiempo, pero sí por ti. Tell me more, tell me more...

29 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Todos los nacidos en los 70 tuvimos un momento «grasiento». O, por decirlo con un toque cosmético, un momento brillantina, que fue la palabra que varios países latinoamericanos usaron para traducir Grease. La fiebre tardoadolescente se desató en 1978 con el estreno de un musical que empodera la sexualidad (bien ajustada como unos pitillo a los roles de género) y a los chicos del East Side de los 50 conocidos como greasers, con sus pelos engominados hacia atrás, sus chupas biker, sus camisetas blancas pegadas, un cigarro a la oreja y las perlas de unas lenguas desatadas que hoy no pasan los filtros de la corrección política y el discurso sentimental, si no imperante, sí mejor visto.

 Algunas frases de Grease son tan para subrayar como los grandes looks de la peli: «Siempre he creído que eras una chica formidable y que debajo de tu estúpido aspecto hay una persona maravillosa», «Cuando salgo con un tío nunca pago a medias». Glups. Esta última es de Rizzo, la líder de las Pink Ladies del instituto Rydell, tipa dura de interior sensible, que atrae con su descaro y su ironía («¿solo has estado con un chico en todo el verano?») de despechada-empoderada y nos retrotrae a esos códigos en los que, de una manera u otra, un hombre es al final de la película el centro de gravedad de una mujer. ¿Real y salvaje como la vida a los 15... o a los 45? Puede ser. Las cosas son como son, no como nos las contamos o las queremos ver. Podemos debatirlo sin dejar de soñar y darle al chicle al modo Grease, pero es probable que a tu hijo o hija adolescente estas impresiones le traigan sin cuidado; vamos que ante la relación macho cazador-hembra recolectora (que o se corta o panda con sus deslices) ella o él ni fu ni fa. Es probable que ante ese tipo de estereotipos, que te hacen sonreír torciendo el morro, ni se inmute o te diga: «Qué chorrada, ¿no?».

Razones para bailar

Algunas, en especial las que salimos del cascarón de la infancia con Dirty Dancing y quisimos un verano o dos ser Baby pero nunca Sandy, teníamos la brillantina olvidada (desde la pasada Navidad...) hasta que la adolescente de la casa llegó y nos rebobinó unos treinta años inaugurando esa pista de baile que es volver atrás al decir: «Mamá, tenemos que ver Grease juntas; está en Netflix y en Prime». Correcto, este clásico «grasiento» que aún te incendia los pies y te anima a sacudir el esqueleto puede verse en streaming y merece la pena hacerlo con un adolescente.

¿Por qué? Por la divina Olivia Newton-John y por el insuperable John Travolta, que muestra que los hombres que nos fascinan a lo largo del tiempo son los que saben hacer como ningún otro eso tan sensual: bailar. Por esa estética festiva de la adolescencia que mezcla de cine lo cursi y lo naíf con lo descarado y lo procaz, el algodón de azúcar de la infancia con el «root beer» y el cóctel hormonal que precede a la insoportable levedad del ser adulto. Por ser de nuevo un adolescente sin más causa que pasarlo bien ni más horizonte que la noche de mañana. Por el duelo (pavoroso y hechizante) de Rizzo y Sandy. Por los bailes y los temazos que sorprenden a tu adolescente y tiran de ti: Summer Nights, There Are Worse Things (I Could Do), You're The One That I Want, Grease Lightning.

Por Grease no pasa el tiempo como por ti. Quizá por eso, 45 años después, la vemos como una brocheta de números y estilo imbatibles con un palo de guion. Pero los estereotipos cuentan más verdad de la que nos gusta admitir, y esto se ve muy claro en la adolescencia. Otra cosa es cómo te miras en ellos. Pase lo que pase, cantemos y bailemos. Y si prefieres verte en Danny o en Rizzo que en Sandy, tell me more, tell me more...