Regreso a Villa Florentina, el refugio del bosque animado

María Salgado
María Salgado REDACCIÓN / LA VOZ

FUGAS

El escritor, periodista y guionista Wenceslao Fernández Flórez, en Villa Florentina, y objetos que pueden verse en esta casa museo
El escritor, periodista y guionista Wenceslao Fernández Flórez, en Villa Florentina, y objetos que pueden verse en esta casa museo Cedidas

Este abril se cumplen 60 años de la muerte de Wenceslao Fernández Flórez, el literato, periodista y guionista de cine coruñés que inmortalizó la Fraga de Cecebre en su novela más célebre, que escribió en su casa de verano, hoy convertida en museo y sede de su fundación

05 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Vuelvo a la Fraga de Cecebre con la nostalgia de quien lo hace a un Macondo familiar. Las aguas negras del pantano, que hoy cubren parte del bosque animado inmortalizado por Wenceslao Fernández Flórez, sumergieron también la casa de mis bisabuelos María y Mariano, en A Balsa de Orto, aquella casa de piedra, con su pozo, su lareira y su enorme ciruelo, en la que nació mi abuelo Juan, que conoció al escritor. Ya no queda nadie; este abril se cumplen sesenta años de su muerte y «esto ocurrió en los días en que una gallina costaba dos pesetas y la fraga [...] era más extensa y frondosa».

Peregrino a Villa Florentina un sábado gris, lento y silencioso. Este refugio de verano, esta casa amarilla con ventanas blancas, resiste al transcurso del tiempo como si el literato acabara de salir a pasear. La hierba donde jugaba al críquet está húmeda y recién cortada, los muebles del jardín son los mismos y la monumental escalera blanca, que sube hacia el bosquecillo que se negó a talar, tiene un eco de risas antiguas y fiestas estivales. «Si los árboles votaran, muchos concejales nunca saldrían elegidos», bromeaba.

Wenceslao Fernández Flórez, leyendo y fumando en Villa Florentina
Wenceslao Fernández Flórez, leyendo y fumando en Villa Florentina

Un autor prolífico

Cruzo el umbral de la villa con ánimo de bibliófila, pero con un ansia oculta de arqueóloga sentimental, tras las huellas del mundo que habitaron mis ancestros. Un mundo submarino que emerge de las aguas, que revive­ cada vez que vuelvo a esta novela, a esta suerte de cuentos engarzados que pusieron nombre al bosque más mágico de Galicia. «La fraga es un tapiz de vida apretado contra las arrugas de la tierra; en sus cuevas se hunde, en sus cerros se eleva, en sus llanos se iguala. Es toda vida». Así empieza esta fábula tiernísima, rebosante de lirismo y naturalismo a lo Thoreau, donde todos sus habitantes tienen voz, sean hombres, animales o plantas: el bandido Fendetestas, la viuda Marica da Fame y su hija Pilara, el gato Morriña, el topo Furacroyos, el alma en pena de Fiz de Cotovelo y los árboles, que piensan, sienten y cantan. Publicada en 1943, solo cuatro años después del fin de la guerra civil, El bosque animado es la obra más celebrada del prolífico escritor, periodista y guionista coruñés, que firmó unas cuarenta novelas y libros de relatos de humor, y numerosos guiones de cine.

«El aire delgado de abril se templaba al sol, que encendía todos los verdes de la aldea». Construida por el arquitecto racionalista Antonio Tenreiro en los años cincuenta, Villa Florentina es hoy la casa museo de Fernández Flórez y sede de su fundación, que organiza rutas literarias, lecturas dramatizadas, presentaciones de libros, conferencias, conciertos, clubes de lectura para adolescentes y adultos, e incluso actividades en el exterior, como partidos de críquet, un deporte que le encantaba, fue olímpico y vuelve a estar de moda.

Casa museo y sede de la fundación de Fernández Flórez. Construida por Antonio Tenreiro en los años 50, Villa Florentina está situada en Apeadeiro, 14, en Cecebre (Cambre)
Casa museo y sede de la fundación de Fernández Flórez. Construida por Antonio Tenreiro en los años 50, Villa Florentina está situada en Apeadeiro, 14, en Cecebre (Cambre) Cedida, M. Salgado

Nos recibe Teresa Moris, su bibliotecaria, archivera voluntaria y amiga del novelista. «Wenceslao veraneó en Cecebre desde 1913 hasta 1945 en una casa de labranza, muy cerca de aquí, que está prácticamente igual a como era entonces. La compartía con los propietarios, que eran labradores y vivían en la planta baja, él alquilaba la alta. Pero la familia de labriegos aumentó y necesitaban más espacio, así que desde 1945 alquiló otra casa aquí al lado hasta que mandó construir esta», explica.

La entrada conserva el mobiliario original y el comedor principal, que se usaba cuando había invitados, mantiene la lámpara, el espejo y la chimenea de aquella época. «Tenemos una exposición de ediciones de la obra de Wenceslao, que fue muy prolífico. Su padre tenía la ilusión de que fuese médico, pero como falleció pronto, el hijo tuvo que dedicarse a lo que pudo». Y con 15 años, lo primero que pudo hacer fue escribir para La Mañana, El Heraldo de Galicia, Diario de La Coruña y Tierra Gallega. A los 17, dirigió el semanario La Defensa, de Betanzos; a los 18, Diario Ferrolano; y luego, El Noroeste. «Ahí tenía su columna fija Picadillo [Manuel María Puga y Parga], que era amigo de su padre. Empezó con relatos y novelas cortas, pero realmente lo que le hizo ganar dinero fue el periodismo, sobre todo, con sus crónicas parlamentarias para el diario Abc. Ahí fue donde se le abrió la puerta grande», señala Moris, que conoce cada detalle, cada historia, de la amplia colección de fotografías, pinturas, caricaturas, fondos bibliográficos y enseres personales del escritor. «Wenceslao jugaba al dominó en esta mesa antigua de bar. La caja del dominó está quemada porque apoyaba ahí los cigarrillos. Fumaba mucho, siempre con boquilla», recuerda.

Fernández Flórez, en su gabinete, y dedicatoria de Emilia Pardo Bazán al escritor
Fernández Flórez, en su gabinete, y dedicatoria de Emilia Pardo Bazán al escritor Cedida, M. S.

Conservador liberal, era «muy moderno y defendía el divorcio, el aborto y la eutanasia», asegura la bibliotecaria. En 1926, hace de figurante en La malcasada, la película más insólita del cine español, que, dirigida por Francisco Gómez, plantea por vez primera abiertamente el divorcio. Insólita porque en su reparto figuran Franco, Valle-Inclán, Romero de Torres, Belmonte, Millán Astray, Primo de Rivera y Lerroux, todos interpretándose a sí mismos. Formaba parte el escritor de la Liga de Amigos del Campo, que hacía excursiones a lugares en ruina para ponerlos en valor, y tenía muy buena relación con Emilia Pardo Bazán, pese a la diferencia de edad. «A Fernández Flórez, amigo, escritor, artista y muchas cosas más, todas buenas», dice la dedicatoria de la condesa. Antimarxista, fue condecorado durante la Segunda República, y luego, en el franquismo, gozó de gran prestigio pese a ser antitaurino y no dejar de fustigar al Ejército, el caciquismo y la Iglesia.

El despacho y la biblioteca de Fernández Flórez. Se conservan la mesa y la lámpara originales, y un archivo de 84 volúmenes con sus publicaciones en prensa.
El despacho y la biblioteca de Fernández Flórez. Se conservan la mesa y la lámpara originales, y un archivo de 84 volúmenes con sus publicaciones en prensa. María Salgado

Parece milagroso que Villa Florentina guarde todavía los tesoros más significativos de su primer dueño, teniendo en cuenta que la casa fue vendida en 1975 a una familia antes de ser rescatada por la Diputación. Tesoros como los grabados de Manuel Castro Gil para la primera edición de El bosque animado; caricaturas del perfil aguileño del literato, como las que dibujó Siro López, viñetista de La Voz de Galicia, en 1985 para el centenario de su nacimiento; mobiliario original de su piso de Madrid; la pluma estilográfica con la que escribía; un archivo de 84 volúmenes con todas sus publicaciones en prensa; el guion para El malvado Carabel; su biblioteca casi al completo; su máquina para liar cigarrillos; la mesa y la lámpara de su despacho; y decenas de fotografías familiares que retratan incluso su entierro en el cementerio de San Amaro. «Wenceslao murió en Madrid el 29 de abril de 1964, pero el velatorio fue en el Ayuntamiento de A Coruña. La gente que lo llevaba a hombros son miembros de la junta directiva de la Sociedad de la Juventud de Cecebre, de la que era socio de honor», apunta la archivera voluntaria.

Defensor del galleguismo

«Cuando un hombre consigue llevar a la fraga un alma atenta, vertida hacia fuera, en estado —aunque transitorio— de novedad, se entera de muchas historias». El escritor tenía dos sobrinos, que eran presidentes de honor de la fundación que lleva su nombre, pero fallecieron hace una década, y desde entonces dos sobrinos nietos asumieron esta función. «Wenceslao se echó de muy jovencito una novia en A Coruña con la que tuvo un hijo. Nunca se casaron, pero mantuvieron la relación. Se les veía pasear juntos a los tres por la ciudad», rememora Moris, que afirma que este descendiente estaba invitado al centenario del nacimiento del literato, pero falleció de un infarto semanas antes. «Sus hijos y nietos mantienen su nariz, quizás hayan venido por aquí», añade.

Caricaturas del Fernández Flórez firmadas por Dávila y Siro. Primera edición de «El bosque animado» (1943).
Caricaturas del Fernández Flórez firmadas por Dávila y Siro. Primera edición de «El bosque animado» (1943). María Salgado

Quien ocupó desde 1945 el sillón S mayúscula de la Real Academia Española, donde ingresó con un texto sobre el humorismo en la literatura, fue también un defensor del galleguismo (y del gallego como lengua y no como dialecto), admirador y amigo de Castelao —ilustrador frecuente de sus obras— y miembro de la Real Academia Galega. Escribió en el idioma vernáculo A miña muller y O ilustre Cardona, incluidos en la colección Lar, creada para fomentar la lectura, y publicó una antología de poesía gallega en 1929. Tres años antes, había recibido el Premio Nacional de Literatura por Las siete columnas, novela satírica sobre la necesidad de los siete pecados capitales, pero fue durante su madurez cuando perfeccionó su voz narrativa en El bosque animado, adaptada a la gran pantalla en 1987 con guion de Rafael Azcona y dirección de José Luis Cuerda.

Regreso a aquellos veranos en Cecebre con la nostalgia de quien solo los imaginó. La gente no cabía en el primer tren de la tarde y tenía que esperar al siguiente porque los vagones iban llenos, llegaba al apeadero con cestas de comida y se bañaba en el río Mero, junto a los molinos, en una zona profunda donde podía zambullirse. «Y transcurrieron los días. Y los años. Y vino la Muerte y pasó su esponja por toda la extensión de la fraga y desaparecieron estos seres y las historias de estos seres».