El fútbol, nuestra forma de vida

Rocío Candal
Rocío Candal DIARIO DE UNA FUTBOLISTA

FUTBOL GALLEGO

27 ene 2015 . Actualizado a las 16:24 h.

 Antes de nada, me gustaría (o debería, más bien) presentarme... Soy Rocío Candal y juego al fútbol en el Orzán coruñés, de Segunda División. Mi nombre probablemente no te diga nada, ni tan siquiera te suene, es «normal», estamos acostumbradas. Me dirijo a ti en plural porque aunque estés escuchando mi testimonio, realmente vengo a representar a todas mis compañeras: a las que como yo visten de aurinegro, a las que van de azul o a las que lo hacen de verde, estamos todas igual, somos del mismo gremio.

Puede que después de leer todo esto te hayas preguntado si realmente milito en la división de plata; por si acaso, yo te responderé. Sí, juego en el mismo escalafón que Valerón, Tamudo o Rubén Castro. Aunque en realidad, lo único que tenemos en común los cuatro, es eso, la categoría (y la ilusión, claro). A diferencia de ellos yo no salgo en la tele, no respondo entrevistas todos los días, no firmo autógrafos, no tengo un sueldo... Pero detrás de mi carrera, por llamarla de algún modo y que nos entendamos todos, hay probablemente el mismo grado de esfuerzo y sacrificio que en la de cualquier chico profesional que vive de esto.

Desde que tengo uso de razón me desvivo por la redonda de cuero (o plástico, en su época). Con apenas siete años empecé a jugar a fútbol sala con los amigos del cole, no competíamos en ningún torneo federado, pero lo pasábamos bien. Yo era la única chica, aunque en aquellas edades tampoco importaba demasiado, ya estaban acostumbrados a aguantarme también en las pachangas de los recreos. Poco después, con nueve añitos, ya me pasé al fútbol «campo» para empezar a jugar en un equipo de verdad, de esos que además de entrenar, el domingo compiten. Probé fortuna en dos clubes distintos antes de formar parte de una plantilla íntegramente femenina.

A día de hoy afronto ya mi novena temporada con ficha, la última en edad juvenil. Echando la vista atrás, mis primeros recuerdos son con una pelota entre los pies y una camiseta del Dépor. Mi afición por el balompié en general, me viene en los genes. En mi familia son todos futboleros, empezando por mi padre que aún llegando a los cuarenta se resistía a abandonarlo. Volviendo a mi rutina, he de decir que tres días a la semana recorro los treinta y ocho kilómetros que separan mi pueblo de la ciudad deportiva de la Torre, situada en A Coruña y escenario habitual de nuestras sesiones. A mayores está el partido del fin de semana, que bien puede ser dentro de Galicia o en Oviedo, Gijón, Zamora, Salamanca... Tenemos variedad.

Aparte de los entrenos nocturnos y el encuentro del domingo, de lunes a viernes intento regatear al sueño por los pasillos de la facultad. Lo hago en sesión matutina, dejando las tardes libres en la medida de lo posible, para hacer trabajos de clase, estudiar e incluso cuando toca, examinarme de las diferentes asignaturas que componen mi carrera. Y es que tras pasar la selectividad en junio, ahora me toca hacer también malabares con la uni para que congenie bien con la pelota. Mi vida al igual que la de las demás futbolistas es un poco cuestión de horarios y organización. No dispongo de todo el tiempo libre que querría, y cuando me coincide la hora de un examen con el entrenamiento, no me queda otra que latar a mi cita con el fútbol. Poca gente lo entiende, pero es nuestra forma de vida. Así lo hemos elegido, así lo disfrutamos.