Portugal añora la explosión de dignidad del 25 de abril

INTERNACIONAL

Colectivos de todo signo y estrato social aguardan a que ocurra algo que saque al país de su actual declive. Los valores logrados con la revolución se consideran pisoteados y más que nunca se clama por su restitución

20 abr 2014 . Actualizado a las 20:36 h.

Fue un grito de libertad, de dignidad de un pueblo que un día venció el miedo a la represión sufrida durante 48 años. Todo el mundo salió a la calle para reconquistar el derecho y la libertad de transformar Portugal, y ahora lo hemos perdido». Otelo Saraiva de Carvalho, el estratega del golpe militar que acabó con la dictadura lusa el 25 de abril de 1974, pasa de lo blanco a lo negro al rememorar la explosión ciudadana que acompañó a la Revolución de los claveles y el olvido de los valores que él y los demás protagonistas del Día da Liberdade aseguran que sufre el Portugal de 40 años después.

Las rejillas de ventilación de los aparcamientos que hay entre el Rossio y la plaza del Comercio -el recorrido que con sus tanques hizo por Lisboa el capitán Maia, el auténtico héroe de aquella mañana de Revoluçao- dan cuenta de esa pérdida de dignidad para una parte del pueblo portugués, que sin trabajo, sin posibilidad de encontrarlo o con pensiones varias veces recortadas, duermen espalda con espalda sobre el calor y el humo que empujan los extractores de los subterráneos.

Los capitanes de Abril, la Iglesia Católica, las instituciones de solidaridad, toda la oposición, sindicatos, analistas y figuras tan determinantes como Mário Soares, aseguran que en el Portugal de hoy ya se pasa hambre, y por eso todos ellos instan a recuperar unos valores que, pese a celebrarse una vez al año, coinciden en que han acabado por perderse.

Más carga simbólica

Quizás por esa sensación y deseo colectivo e inmensamente mayoritario de que suceda algo que sacuda a Portugal de una crisis demasiado larga, la celebración del cuadragésimo aniversario de la Revolución de los Claveles está teniendo desde hace días una carga emocional y una intensidad mayor que en años anteriores.

Una placa en el suelo en homenaje al capitán Salgueiro Maia ante el cuartel do Carmo es la única huella física permanente del 25 de Abril en Lisboa. El militar que rechazó siempre condecoraciones y ascensos por haber empujado fuera del poder y del país a Marcelo Caetano, el heredero de la dictadura de Salazar, cuenta hoy con una foto gigante en el capitalino Terreiro do Paço. Allí llegará el viernes la multitudinaria marcha que se prevé haga un grito coral de desahogo y reivindicación.

Si hace cuatro decenios las aspiraciones que sacaron de sus cuarteles a los capitanes fueron las de conseguir democracia, descolonización y desarrollo, ahora lo que empuja a los portugueses a la calle con protestas diarias y desde todos los sectores profesionales es poner en evidencia el efecto del desempleo, la desigualdad entre entre una clase alta cada vez más alta y una media-baja cada vez más amplia, y, en definitiva, el desastre social que ha causado el camino casi exclusivo de la lucha contra el déficit.

Como país, bajo la lupa internacional, Portugal está a punto de recibir el alta, y hasta los duros analistas del Financial Times denominan al país vecino como «el sorprendente héroe de la eurozona», pero los que siguen en estado grave son los portugueses.

Por eso, el país protagoniza uno de sus momentos de mayor movilización social contra los recortes auspiciados por la austeridad y los deberes impuestos para devolver los 78.000 millones de euros prestados hace tres años por la Troika. Los analistas apuntan a que las instituciones de solidaridad, que ocupan los vacíos que va dejando el Estado, son, a pesar de que cada vez están más desbordadas, las que están evitando que surjan estallidos sociales. Un tercio de la población vive de hecho de la protección social y de la asistencia pública o privada.

«El pueblo portugués es sumiso, humilde, incluso está un poco dormido, pero hace 40 años se sintió desprotegido y reaccionó. Si ahora se vence el miedo que se ha instalado otra vez por la posible pérdida del empleo, por el pánico a no tener cobertura sanitaria, por no poder dar educación a los hijos, por todo lo que nos están quitando, sería el momento de refinar y alentar los valores del 25 de Abril, más que nunca y más que en aniversarios anteriores», explica un activo Saraiva de Carvalho, con 78 años ya. Él, que recuerda el golpe de los capitanes y sobre todo el período preconstituyente del Proceso Revolucionario en Curso (PREC) como una fase de creatividad y acceso al poder del pueblo, se muestra dispuesto a liderar un nuevo movimiento que sirva para cambiar de régimen, como el mayor y actualmente coronel retirado dice, ahora más que nunca partidario de reconstituir el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MAF) que ideó y ejecutó el golpe de mano contra la dictadura y que después entregó el poder al veredicto de las urnas.

Solo historia

Pero pese a que la indignación es mayoritaria, nada hace presagiar a corto plazo que el 25 de Abril vaya más allá del recuerdo y de su reivindicación. Las nuevas generaciones lo estudian como un capítulo más en sus lecciones de historia. A los más jóvenes solo le suenan los nombres de los capitanes que siguen apareciendo con sus opiniones en escena. Preguntados taxistas, camareros, viandantes, policías o tenderos no dan crédito a que nada vaya a cambiar abruptamente, aunque lo desean, pero reconocen esperar a que alguien haga algo para sacar al país de la crisis institucional, económica y social como ocurrió el 25 de abril de 1974, hito presente en la primera línea de la Constitución de la República Portuguesa. Su texto proclama la construcción de un país más libre, más justo y más fraterno, circunstancias que los portugueses ya no advierten en su vida diaria. Este viernes volverán a clamar por ello de nuevo, añorando la explosión de dignidad que aseguran haber perdido.

Un termómetro del país

Hace ya unos tres años que las alarmas se encendieron en Portugal al detectarse en varios colegios los primeros síntomas de mala alimentación entre pequeños de las familias más humildes. Ahora, con el país a punto de dejar atrás su hipoteca con la Troika, los problemas alimenticios se han multiplicado, hasta el punto de que diversos ayuntamientos del país reparten comida a los padres de los pequeños a los que se les detectan dificultades, optando en otros municipios por mantener abiertos los comedores escolares durante el fin de semana y en las vacaciones para que los niños de familias con menos recursos sigan teniendo, al menos, una comida completa asegurada. Los datos estadísticos que manejan colectivos de profesores de Portugal, cifran en un 38 por ciento el incremento en el curso actual de matrículas en los comedores escolares de los centros públicos, donde el precio medio diario que se cobra por cada menor es de 1,5 euros. Además de dicho incremento en el número de niños que comen en las escuelas, el rostro de la crisis se pone aún más en evidencia al detectarse un 9 % de pequeños con carencias nutricionales.