Caso Asunta: Los padres la asesinaron; pero ¿por qué lo hicieron?

alberto mahía SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

PACO RODRÍGUEZ

Los condenados suelen llevarse secretos a la tumba y, probablemente, Rosario y Alfonso no desvelen nunca los motivos que los llevaron a matar a su hija Asunta. ¿Por qué la sedaban? ¿Quién convenció a quién? Son preguntas que quedaron sin respuesta

07 jun 2017 . Actualizado a las 20:50 h.

Tras meses de investigación y un intensísimo juicio que derivó en una condena a 18 años de prisión por asesinato, el caso Asunta sigue teniendo algunas incógnitas en el aire. Rosario Porto y Alfonso Basterra siguen sin responder a una de las principales preguntas: ¿Por qué mataron a su hija Asunta?

El caso Asunta es un crimen sin sentido del que no se conoce el móvil. En el que unos padres matan a su hija de 12 años después de darle la vida de una reina y estando en sus cabales. Probablemente, nunca se sabrá porqué este acomodado matrimonio de Santiago asesinó a Asunta tras un macabro plan urdido y orquestado durante cuatro meses. La sedaron y luego la asfixiaron, abandonando su cuerpo con prisa, casi a campo abierto y con luz de luna llena, en una pista de Teo el 21 de septiembre del 2013. Porque la niña les estorbaba o por lo que fuera, pues los motivos son un secreto que los culpables se llevan a prisión.

Asunta Yong Fang Basterra Porto nació el 30 de septiembre del 2000 en Yongzhou (China), y fue adoptada el 9 de junio del siguiente año, con apenas 9 meses de vida, por la pareja formada entre la abogada compostelana Rosario Porto Ortega y el periodista bilbaíno Alfonso Basterra Camporro. Este había alcanzado soltero los 26 cuando Rosario entró en su vida. Fue en 1990 y ella tenía 21. Después de 6 años de relación, se casan en Santiago. La novia, hija única de Francisco Porto Mella, reputado letrado que ejerció durante décadas como cónsul honorífico de Francia, y de María del Socorro Ortega Romero, catedrática de Historia del Arte. El novio, hijo del industrial bilbaíno Ramón Basterra Santos y de la ama de casa María José Camporro, fallecida hace 12 años. Tiene dos hermanos y entonces disfrutaba de dos sueldos. Uno, el de sus esporádicas colaboraciones en prensa, cada vez más pobre. Otro, el de su mujer, cada vez más boyante.

Decidieron adoptar animados por los padres de Rosario, que deseaban ser abuelos, y sobre todo, porque a ella los médicos le habían desaconsejado tener hijos. Tras un proceso de dos años, en junio del 2001 viajan a China para ir a buscar a Asunta, un bebé de nueve meses que se convierte en el primer chino prohijado en Santiago.

Ya desde muy pequeña anuncia Asunta que es una niña de altas capacidades. Asombra su lucidez, su inteligencia. Cursa estudios en el Pio XII y luego en el Rosalía de Castro, los mismos centros a los que había acudido su madre. Le gusta la pasta, los huevos y el fuet. Va a clases de francés, inglés y chino, y también a piano, violín y ballet. Esa niña hubiese sido lo que le hubiese dado la gana.

Estaba muy apegada a su abuelo Francisco. Su muerte en julio del 2012, siete meses después de la de su esposa, afectó muchísimo a la niña. Por si fuera poco, sus padres se separan el día de Reyes del 2013 tras una fuerte discusión al descubrir Alfonso que Rosario le era infiel con un hombre casado.

Asunta se queda viviendo con su madre en su piso de siempre de Doutor Teixeiro, mientras que su padre se va con su familia a Burgos y a Bilbao, de donde regresa en mayo a Santiago con los 6.000 euros en el bolsillo que le presta una acaudalada tía vasca a la que acude buscando auxilio económico. La ayuda apenas le alcanza para alquilar un piso a la vuelta de la esquina, en República Arxentina.

El ingreso hospitalario de Rosario en junio por un problema neurológico reúne de nuevo a la pareja. Pero sin roce. Solo como amigos y padres de una niña. Él se ofrece a cuidarla, a ayudarla con Asunta. Pero a cambio, le exige que abandone a su amante. Ella acepta, pero se siente tan atraída por ese nuevo romance que a la vuelta de la esquina ya está de nuevo con él.

Rosario recibe el alta y Alfonso sí cumple lo prometido. Se desvive en atender a la hija y colmar de cuidados a la madre. No fueron pocos los días en que comían o cenaban los tres juntos. O veían una película en el salón «en amor y compañía», como así describió una de esas escenas la madrina de Asunta durante el juicio. Representaban la imagen perfecta de «familia idílica», como reseñó la asistenta del hogar sus casi 12 años con los Basterra Porto.

Pero aquello era una parodia. Porque en aquel mes de junio, sin saber quién convence a quién, deciden acabar con la vida de su hija. Las razones no se explican y en la calle vuelan las hipótesis. Les hubiese sido fácil «deshacerse de ella enviándola interna al extranjero», pues Rosario había heredado una importante cantidad de dinero y de propiedades, por lo que, de no soportarla, podría tenerla estudiando en cualquier lejano país. Pero no. Por alguna razón que se escapa de las leyes naturales, practican una serie de macabros ensayos con su hija durante tres meses, para luego darle una dosis casi mortal de Orfidal y asfixiarla, según las conclusiones del veredicto.

Ya a principios de julio empiezan a ocurrir hechos insólitos en esa casa dignos de contar. En la noche del 4 al 5 se produce un extraño episodio en el piso de Doutor Teixeiro. Un hombre enmascarado trató de estrangular a Asunta mientras dormía. Su madre contaría después que la niña dejó puestas por fuera las llaves de la vivienda. A la mañana siguiente deciden hacer acopio de recetas y cajas de lorazepam, un ansiolítico potente indicado para el manejo del trastorno de ansiedad y que provoca sueño. Alfonso acude a la farmacia del Hórreo el 5 de julio y de ahí se lleva 50 comprimidos.

Cuatro días después, el 9 de julio, la víctima acude a música tras haber dormido en casa de su padre. «No pudo recibir clase. Andaba como en estado de sonambulismo», declaró una profesora.

A la semana, Asunta pasa unos días en Portonovo rodeada de amigas y regresa el 17, el mismo día en que Alfonso vuelve a acudir a la misma farmacia para comprar una caja de 25 comprimidos. Luego tendría que regresar a la botica para que le adelantasen otra, pues había perdido la anterior, dijo. En total, adquirió en julio 125 comprimidos.

El día 22 se produce el más grave episodio de somnolencia. No por el estado de la niña, que iba igual de dormida que la vez anterior, sino por lo que dijo esta vez a sus profesoras, que sus padres la «engañan», que su madre le dio «unos polvos blancos que la hacen dormir durante días».

Nada se sabe de lo que ocurre en esa casa hasta el 30 de julio, cuando Rosario acude a la consulta del psiquiatra Ramiro Touriño. Le miente. Le dice que no está medicada cuando Alfonso llevaba todo el mes retirando Orfidal. Así que este médico le vuelve a recetar lorazepam.

No hacen uso de esa receta en todo agosto. No la necesitaban para nada, pues Asunta pasó casi todo el mes lejos de ellos. Del 31 de julio al 20 de agosto, con su madrina en Vilanova. Y luego, en septiembre la niña es invitada por la cuidadora a pasar una semana en Val do Dubra.

Ya en Santiago, Asunta falta a ballet y no puede acudir a clase el segundo día del curso porque, según sus padres, se encontraba mal. El día anterior, el 17, Basterra, con la diligencia con que se suelen dar los pasos equivocados, había acudido de nuevo a la farmacia a proveerse de 50 pastillas de lorazepam.

La víspera del crimen, el 20 de septiembre, Asunta se queda sola en casa todo el día porque su madre se va de paseo con su amante a Pontevedra. Como la velada se presume larga, llama a Alfonso y le dice que está liadísima con una amiga y le pide que se ocupe de la niña.

Al día siguiente, 21 de septiembre, comen los tres en el piso de Basterra, que prepara champiñones. Y luego juegan a las cartas. ¿Cuándo y cómo le dan el lorazepam? El jurado no dice cómo, pero sostiene que fue durante la comida o en la sobremesa.

A las 17.21 Asunta se va sola a casa de su madre con 27 pastillas de Orfidal en su cuerpo. Aquella la sigue 10 minutos después. Sobre las 18.20, una joven ve a Alfonso con su hija en la calle y una cámara recoge el coche de Rosario con Asunta a bordo y puede que con el padre oculto en los asientos traseros, según las conclusiones del veredicto. Llegan a la casa de Montouto a las 18.31. De lo que ocurrió ahí dentro muy poco se ha podido saber más que la niña salió muerta de esa vivienda sobre las nueve de la noche. Atada de pies y manos, introducida en el vehículo de Rosario y dejada en una pista forestal con ese estremecedor mimo con el que los asesinos de seres cercanos abandonan a sus víctimas.

Corren a Santiago y tras hacer unas engañosas llamadas a amigos y familiares, se presentan en comisaría para denunciar la desaparición de su hija. A aquellos agentes les bastó cruzar unas palabras con esos padres para caer en la cuenta de que no eran trigo limpio.

Sigue sin entenderse por qué lo hicieron, lo que vuelve a demostrar que un mundo de mentiras, somníferos, cuerdas y muerte se sale a veces de la televisión para mudarse a vivir al piso de enfrente.

Condenados a 18 años de prisión

Tras un juicio que reconstruyó en 23 jornadas el relato del último mes de Asunta, un jurado popular declaró en octubre del 2015 culpables a Rosario Porto y a Alfonso Basterra del asesinato de su hija. 

El jurado vio probado que, «de común acuerdo», dieron lorazepam en repetidas ocasiones a su hija y que también lo hicieron conjuntamente el día de su muerte; la llevaron al chalé de Teo y, a punto de fallecer, la ataron de pies y manos para que no pudiera defenderse; entonces la mataron. 

Dos semanas después llegó la sentencia del caso, que los consideró culpables pero con el agravante de parentesco, así como con la circunstancia específica de la alevosía.

Ambos progenitores fueron condenados a 18 años de prisión cada uno. También se estableció que ambos serán inhabilitados para ejercer la patria potestad, tutela, curatela, guarda o acogimiento durante el mismo tiempo. Cada uno de ellos debe hacerse cargo del pago de la mitad de las costas procesales. 

Tras presentar tanto Rosario Porto como Alfonso Basterra sendos recursos ante el Supremo, el tribunal los rechazó en octubre del 2016, confirmando la condena a 18 años de prisión cada uno por el asesinato de su hija Asunta de 12 años. La sentencia corrobora, punto por punto, todos los argumentos con los que el jurado popular primero y después el Tribunal Superior de Xustiza de Galicia (TSXG) declararon culpables a Rosario Porto y Alfonso Basterra.