La última vaca de mi abuelo José se llamaba Careta. Trabajaba la tierra, arrastraba el carro, daba leche, paría cuxos... Crecí sabiendo que era una parte de la vida de la casa, que las vacas eran parte de aquella Galicia con miles de caretas, marelas, moras, pintas, touras, gallardas y lindas. Una vaca enferma era una desgracia entonces. Y ahora también lo es. Por eso no se entiende que 80 vacas muertas, abandonadas y famélicas en tres granjas sean casos aislados para quienes administran la misma Galicia que durante generaciones vivió de las vacas. ¿Qué le hemos hecho al campo que nos ha dado de comer en los peores tiempos? Con Feijoo en Argentina y Uruguay, la conselleira de Medio Rural compareció, a los cuatro días y con el escándalo ya destapado, para decir que «non se pode consentir que se deixe de alimentar a un animal». Se le olvidó aclarar que es su departamento el que no lo puede consentir. Se lo debe a miles de caretas como la de mi abuelo.