«El accidente se me grabó a fuego. Lo vivo como si hubiera sido ayer»

Pablo González
Pablo González REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

César Domínguez

Álvaro García Bello mantiene la esperanza de mejorar, de corregir la cojera y de que algún día se conozca la verdad de la «catástrofe»

19 mar 2017 . Actualizado a las 20:42 h.

Álvaro García Bello, con 44 años, es de esas personas que saben que la vida puede cambiar para siempre en un solo instante. Por eso siempre suele dar un consejo. Hay que vivir intensamente, como él intenta hacer cada día a pesar de las graves secuelas físicas y psicológicas que le dejó el accidente ferroviario de Santiago. Era conductor de autobús en A Coruña, pero le dijeron que no podía seguir conduciendo, algo que asumió a regañadientes, pues le gustaba su trabajo en la línea 7. Le dieron una incapacidad del 66 % y vive con algo más de la mitad del sueldo. Pero al menos vive y mantiene la esperanza de mejorar, de corregir la cojera y de que algún día se conozca la verdad de la «catástrofe». No le gusta llamarle accidente. «Un accidente es algo que no se puede evitar y lo de Angrois podía haberse evitado si no hubieran cambiado el proyecto». «Siempre creí en la Justicia -añade-. La verdad saldrá adelante si los jueces superan las presiones de los políticos». 

En un wasap muestra los medicamentos que toma desde entonces. Una decena. Algunos son para combatir la ansiedad, otros para poder dormir o evitar los vértigos que de vez en cuando aún le hacen caer. También los hay para el dolor. El cuello es lo que más le molesta ahora. Rompió dos vértebras, tuvo graves lesiones en las piernas, cuatro fracturas en el cráneo, también en el tabique nasal. «He perdido el olfato y el gusto», dice. También estuvo a punto de perder un ojo.

Álvaro rehúsa hablar del momento del descarrilamiento. Ahí la voz empieza a quebrarse. «El accidente se me grabó a fuego. Lo vivo como si hubiera sido ayer». Sí cuenta que, aunque el siniestro se produjo a las 20.41 horas del 24 de julio del 2013, a él no lo localizaron hasta las doce de la noche. Estaba debajo del cadáver de una mujer. También recuerda el dolor de las primeras intervenciones para pararle la hemorragia, aún en las vías, sin anestesia. «Estoy muy agradecido al Sergas, tenemos una sanidad estupenda», dice. Sigue yendo a rehabilitación y aún recibe atención psicológica y psiquiátrica, pero no a través del servicio de Renfe, sino en la sanidad pública. Cree que aún lo necesita para intentar llevar una vida normal. Y las noches aún están llenas de pesadillas. «Todavía no estoy preparado para volver a viajar en tren», lamenta. En aquellas largas horas después del accidente, antes de que acudieran a rescatarle, recuerda que lo que más necesitaba era agua. La sed era insoportable, casi tanto como la dificultad para respirar.

Como conductor de autobús, Álvaro comprende al maquinista del Alvia. «Entiendo que todos podemos cometer errores, pero hay que pagar por esos errores. Aunque toda la culpa no es suya. Es increíble que no hubiera medidas de seguridad. Una baliza, que solo cuesta 800 euros, habría evitado el accidente».

En La Terraza de Sada la luz entra a raudales por las cristaleras de este edificio único. Álvaro sabe que ese instante cambió su vida para siempre, pero aún tiene ganas de vivirla intensamente. «Soy joven, pero vivo como un anciano. Aunque al final he tenido suerte. Tengo una familia estupenda que me ha apoyado y una hija maravillosa de 16 años».