El okupa de un edificio frente a los juzgados coruñeses: «No me voy salvo que me den una casa»

a. mahía A CORUÑA / LA VOZ

GALICIA

Senén Rouco

Arturo y su familia, que han recibido una orden de desalojo, residen desde hace diez años en ese inmueble

27 ene 2020 . Actualizado a las 20:20 h.

Arturo y su familia residen desde hace diez años en un viejo edificio ubicado justo frente al edificio de los Juzgados coruñeses. Por tanto, apenas tuvo que levantarse de cama y dar diez pasos para recoger la orden de desalojo que le obliga a abandonar ya el inmueble tras años de pleitos. Pero Arturo dice que no tiene a dónde ir. Ni cómo cuidar a su madre y a su hermano, ambos enfermos. Así que advierte de que no se irá «mientras no me den una casa o me ayuden a conseguirla».

Malvive junto a diez miembros de su familia en el número 8 de la calle Monforte, un edificio que se cae, con mantas y cartones en las ventanas para que no entre el frío y la lluvia. Y sin agua, pues se la cortaron como medida de presión. «Tenemos que ir con garrafas a la fuente de la plaza de Monforte», lamenta la esposa de Arturo. En cuanto a la luz, mejor no preguntar de dónde viene.

En el barrio corre el rumor de que el constructor que compró el edificio hace una década tenía inquilinos, y que para forzar su marcha alquiló un piso a Arturo, hecho que este niega. Asegura que en un principio pagó el alquiler, pero dejó de hacerlo cuando el dueño se despreocupó por arreglar los desperfectos.

Desde que dejó de abonar la renta vio como la casa se deshacía poco a poco. «Un día se nos cae encima», teme Arturo, que pese al estado del inmueble, prefiere continuar ahí porque la otra alternativa es irse bajo un puente con su familia, sus hijos y los de un amigo que acogió en casa porque no tenía un techo.

Su esposa, que también está pachucha, recuerda que en ese edificio de cinco plantas solo su marido está en condiciones de trabajar, «y eso que tiene asma». Como nadie lo contrata ni lo contrató en la vida, la única fuente de ingresos que entra a esa casa es lo que saca con la chatarra. Y con eso, más unas ayudas de Servicios Sociales, comen y se visten 11 personas, de las que cuatro son niños de corta edad.

Después de numerosos requerimientos para que abandonen el inmueble, solo falta que se dicte la orden de desalojo forzoso. «No sabemos cuándo vendrá la policía a echarnos. Pero no lo van a tener fácil. No nos pueden dejar en la calle con cuatro niños pequeños y dos personas mayores enfermas», dice.