Casas mancilladas por la malaventura

Susana Luaña Louzao
Susana Luaña SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

LA MUERTE MÁS RECIENTE. En este inmueble de Moraña ya hubo un doble crimen y un ahogamiento, antes del homicidio del día 19
LA MUERTE MÁS RECIENTE. En este inmueble de Moraña ya hubo un doble crimen y un ahogamiento, antes del homicidio del día 19 LÓPEZ PENIDE

En el caso más reciente, en Moraña, antes del último homicidio, en ese domicilio ya hubo un doble crimen y un ahogamiento. Se suma a los múltiples casos de viviendas gallegas que no pueden exorcizar sus leyendas negras

29 may 2017 . Actualizado a las 13:42 h.

Delante de la pantalla de cine, comiendo palomitas, uno se pregunta cómo la familia que sufre tragedia tras tragedia en una casa maldita no abandona la vivienda. Siempre hay algún motivo que los retiene para que el argumento y el morbo siga alimentando la película, pero aunque parezca mentira, en la vida real pasa lo mismo. Hay casas marcadas por la malaventura que una y otra vez han sido escenarios de crímenes, muertes violentas o desgracias reincidentes, y que solo cuando la situación se hace insostenible son abandonadas por sus víctimas, que no siempre tienen a dónde ir. Galicia suma también una galería macabra de casas malditas, y no importa el estilo, la antigüedad o su ubicación; lo que las hace inhabitables son los crímenes de los que quedan impregnadas sus paredes.

Moraña, un lugar marcado

El caso más reciente es el de O Carballal, en Moraña, donde el pasado viernes 19 fue acuchillado hasta la muerte un hombre de 83 años, presuntamente, por la hija de su pareja. Sus atribulados vecinos echaron la vista atrás y los más viejos del lugar recordaron que la casa ya había sido escenario de dos tragedias, un doble crimen hace 57 años y un ahogamiento en el pozo de la finca hace también varias décadas. Ahora, en la desolada vivienda por la que solo pasean impasibles los gatos parece que ya se respiraba ese mal fario, un pálpito que se acrecienta si se tiene en cuenta que Moraña todavía no se había recuperado de otro suceso terrible que tuvo lugar hace casi dos años, cuando un padre mató con una sierra a sus dos niñas pequeñas, un crimen que ha manchado de sangre para siempre la casa familiar que fue escenario del despiadado e incomprensible parricidio.

TAMBIÉN EN A ILLA. Hasta cinco moradores de esta vivienda perdieron la vida por homicidio, accidente, suicidio o muerte repentina.
TAMBIÉN EN A ILLA. Hasta cinco moradores de esta vivienda perdieron la vida por homicidio, accidente, suicidio o muerte repentina. MARTINA MISER

A tan solo 30 kilómetros, pero en un inmueble que nada tiene que ver con los anteriores, en una casa corriente, dividida en apartamentos y cerca de las playas de Vilanova y A Illa de Arousa, la Guardia Civil de Vilagarcía fue requerida hace cuatro años para que investigase el asesinato de un joven que había aparecido muerto en una cuneta a pocos metros de la casa en la que vivía. Al agente que cogió el teléfono no le resultó desconocida la dirección; había ido muchas veces al número 39 de A Pantrigueira, y nunca por cosa buena; al crimen que le ocupaba entonces, relacionado con un ajuste de cuentas por narcotráfico pero también con desavenencias entre familias, le precedió la muerte de un inquilino de la vivienda en accidente de tráfico, el atropello de otro, el suicidio de una joven que se tiró por una de las ventanas de la casa y el fallecimiento de un quinto vecino cuyo cadáver apareció un día dentro de su apartamento.

El miedo no marcha

Hace ya 28 años que un perturbado de Chantada salió de su casa y con un cuchillo de matar cerdos apuñaló a los vecinos que se fue encontrando por el camino. La sangrienta jornada finalizó con seis muertos -otra víctima fallecería días después- y varios heridos. La casa de Surribas en las que después murió carbonizado el autor de este Puerto Hurraco en versión galaica fue pasto de las llamas, pero los vecinos todavía se sobrecogen cuando pasan por delante de sus ruinas: «O medo aínda non marchou», reconocían los chantadinos cuando se cumplieron los 25 años de la tragedia. El miedo nunca marcha; de hecho, es el que se queda.

Cuando los años absolvieron y rehabilitaron el mal fado

No son solo casas. Hay iglesias, hostales, museos, aldeas enteras... Como Abuín, en Rianxo, un lugar que se quedó deshabitado hace varios siglos y sobre el que pesan distintas leyendas y maleficios, aunque lo más probable es que sus antiguos inquilinos no la hayan abandonado voluntariamente, sino aniquilados por la peste. Más reciente, y por eso todavía presente en la memoria de los vecinos, está la maldición de la torre de la iglesia de San Martiño, en Noia, sobre la que pesan varias muertes inexplicables; la última, la del director de la película La campana del infierno, cuyo título lo dice todo.

Sobre otras muchas mansiones marcadas por el misterio en Galicia no pesa ningún hecho luctuoso, al menos probado, por lo que las leyendas que arrastran se sustentan en historias fantásticas relacionadas muchas veces con la biografía de sus antiguos propietarios o con el diseño tenebroso de sus estancias. En algunos casos, quienes las heredaron o las compraron han sabido sacar provecho económico de esas circunstancias, como pasó con el pazo de Muíños de Antero, en Monforte, cuyos oscuros corredores llenos de enigmáticas mirillas y trampillas pueden ser hoy visitados, o la Casa do Demo, en Ponteceso, que explota una nunca probada leyenda negra sobre los fenómenos extraños que vivió allí una anciana a finales del siglo XIX.

A otros inmuebles los rehabilitó el tiempo. Como la casa-museo del que fuera presidente del Gobierno en la II República, Casares Quiroga, en la calle coruñesa de Panaderas, cuya inauguración hubo que retrasar varias veces por un cúmulo de fatalidades, pero que por fin abrió al público en el 2007. O la torre Atlántida y sus maravillosas vistas sobre el mar de A Lanzada. La mansión en la que veraneó el presidente Suárez y su familia arrastraba un maleficio en torno a la fortuna de sus sucesivos propietarios, una y otra vez arruinados. Pero hoy es una fabulosa finca en la que se celebran banquetes y bodas en cuyo repertorio musical no se incluyen los tristes fados.