Tormentas ígneas: cuando la meteorología recrea el infierno

Xavier Fonseca Blanco
Xavier Fonseca REDACCIÓN / LA VOZ

GALICIA

Xavier Fonseca

El propio fuego produce corrientes de viento y se crean grandes columnas de llamas

21 jun 2017 . Actualizado a las 05:00 h.

La naturaleza siempre tiende al equilibrio. Los fenómenos meteorológicos más extremos, aunque causan destrucción y muerte, en realidad, no son otra cosa que un mecanismo que tiene la Tierra para ajustar algo que no lo estaba. Por ejemplo, los terremotos, que siempre producen muchas víctimas mortales, son una señal de que el planeta goza de buena salud. Si no hubiese, es cuando deberíamos preocuparnos. Lógicamente, los seres humanos siempre pagamos un precio muy alto cuando el planeta se pone a trabajar. Y eso es precisamente lo que pudo haber ocurrido el pasado sábado en Portugal. Para entender la dimensión de la tragedia es importante recordar qué ocurrió antes del sábado 17 de junio. La Península Ibérica encadenó casi diez días consecutivos de tiempo seco y cálido, provocado por una entrada de aire africano, que se recalentaba un poco más cada día. En Galicia, la ola de calor dejó temperaturas que superaron los cuarenta grados y con noches más propias del Ecuador que de los trópicos, cuando las mínimas superan los veinticinco grados.

Por cierto, de las condiciones que hay en el Ecuador podemos extraer alguna lección importante, como que el calor es fuente de inestabilidad. El 80 % de las tormentas que se producen cada día en la Tierra tiene lugar ahí, en la conocida como zona de convergencia intertropical, un cinturón de cumulonimbos que rodea al planeta. En Pedrógão Grande el calor acumulado durante tantas jornadas se convirtió en fuente de inestabilidad atmosférica que formó grandes sistemas tormentosos que dejaron mucho aparato eléctrico pero nada de precipitación, dando lugar a lo que se conoce como tormenta seca.

Un fenómeno parecido y que se ajusta perfectamente a lo que ocurrió se llama tormenta de fuego o ígnea. Un evento meteorológico letal porque no necesita de ninguna fuente externa para crecer rápidamente. El proceso empieza con un rayo que prende el fuego inicial. El aire caliente, menos denso, tiende a subir. Para compensar el déficit llega aire de los alrededores, que está un poco más frío, pero que enseguida se calienta y asciende. Ese aire que busca el equilibrio, viene cargado de oxígeno, pura gasolina para el fuego. No solo eso, el aire en movimiento comienza también a generar intensas corrientes de vientos que desplazan las llamas a gran velocidad. Al final, ese fuego inicial termina creando un proceso que se retroalimenta. Este tipo de tormentas ígneas producen grandes columnas de llamas e incluso tornados de fuego. Es decir, simulan lo más parecido al infierno. Esto explica por qué los fallecidos se vieron atrapados sin ninguna posibilidad de escapar.

Detrás de este terrible suceso encontramos al planeta tratando de ajustar un desequilibrio en una zona concreta de nuestra vecina Portugal. Sin embargo, en esta ocasión, deberíamos reflexionar y pensar que los seres humanos, con nuestras actividades, estamos obligando a la atmósfera a trabajar más de la cuenta.

Hace unos días se publicó que a lo largo de este siglo tres cuartas partes de la población mundial estarán expuestas a los efectos de olas de calor mortales como consecuencia del calentamiento global. En Galicia llevamos muchos meses sin lluvia. Y ahora llegan las altas temperaturas. Nada bueno para la salud y gasolina para los incendiarios.