«Quería ver onde vai estar o pai do seu fillo»

o. p. A ESTRADA / LA VOZ

GALICIA

Rober Amado

La hermana de Antonio Arca, asesinado en México, explica así el viaje de su pareja al entierro ayer en Forcarei

20 jul 2017 . Actualizado a las 11:05 h.

Yuridiana López no tendría que estar ayer en Forcarei. Los padres de su pareja, Antonio Arca Brey, los esperaban a ella y a él a mediados de agosto. Él tenía previsto acudir, como cada verano, a descansar de su trabajo como empresario hotelero en México; y ella -que trabaja en uno de los establecimientos-, pensaba conocer a los abuelos de su futuro hijo. Pero todo se truncó el miércoles 12, cuando al volver a su casa por la noche Arca Brey se enfrentó a un asalto en la puerta de su domicilio, en Culiacán: a los primeros golpes los siguió un disparo que acabó con su vida.

Yuridiana llegó la noche del martes a Forcarei: atrás dejaba cerca de 9.000 kilómetros desde la capital de Sinaloa, que no dudó en recorrer pese a su visible embarazo, para dar el último adiós a Toño. Lo explicaba Lidia Arca, la hermana del infortunado emigrante: «Ela veu porque quería ver o lugar onde vai estar enterrado o pai do seu fillo». En el tanatorio forcaricense lo veló las últimas horas. Entre las numerosas coronas que acompañaban al féretro, una rezaba a sus pies «Tu hijo». El hijo póstumo que no conocerá: nacerá en el mes de diciembre y llevará su mismo nombre, Antonio.

Inmóvil frente al cristal del velatorio que lo separaba del cuerpo inerte de su compañero, Yuridiana observaba sin descanso, ayer por la mañana, al hombre cuyo 41.º cumpleaños había celebrado hace pocos días en México. A su lado la madre de Antonio y su hermana, y un poco más allá el padre, en un silencio quebrado por quienes se acercaban a dar el pésame. Hasta que el tanatorio se fue llenando de unas condolencias sin estridencias, fruto de toda una semana de prolongado duelo, a medida que se acercaba la hora del entierro.

La familia arropó a Yuridiana en su casa desde el primer momento: «Foi o encontro máis duro das nosas vidas», contaba Lidia Arca mientras las lágrimas llenaban sus ojos, con la alegría soñada de agosto despedazada por el inesperado zarpazo de julio. Por la tarde, la iglesia de San Pedro de Quintillán se quedó pequeña para tantos amigos de Antonio que quisieron testimoniarle su cariño en la despedida. En todos esos gestos de amistad y afecto sinceros quiso encontrar el sacerdote una luz de esperanza para preguntas que no encuentran respuesta: «¿Por qué a esta edad? ¿Por qué la muerte en vez de la vida? ¿Por qué Dios ha permitido esto?».